viernes, 30 de noviembre de 2007

Pánico

Me desperté empapada en sudor, completamente desorientada, con una sensación de terror que hacía que el corazón se me saliera del pecho. Miré por la ventana para tratar de ubicarme. La ciudad despertaba entre una difusa niebla. Froté mis ojos tratando de encontrarme a mi misma, de reaccionar. Cuando los abrí la niebla había desaparecido.

Volví a apoyar la cabeza sobre la almohada, mirando al techo esta vez. Sentía como la humedad calada en mi pijama se enfriaba y, sin querer, me puse a temblar.

Sin prestar ningún tipo de atención a las involuntarias convulsiones de mi cuerpo me dediqué a pensar qué era aquello que me había provocado tanto miedo. Traté de recordar que era lo último en que había pensado antes de dormir, justo en el instante en el que los párpados caen definitivamente y los ojos se deslizan ligeramente hacia arriba.

Fue fácil acordarme: estaba pensando en él. Al fin y al cabo, para él era mi último pensamiento de la noche y el primero de cada mañana. Su imagen me reconfortó y oprimí contra mi pecho el nórdico que me tapaba mientras un suspiro se abría paso entre mis labios.

Entonces una sucesión de escenas llegaron a mi cabeza: Él mirándome a los ojos, él torciendo su mueca, él completamente triste y decepcionado, él lleno de ira, marchándose, sin mirar atrás y, por último, yo con la certeza de haber sido descubierta.

Por suerte todo había sido una pesadilla. Pero, a veces, me puede el miedo y pienso si sería eso lo que pasase si descubriera que soy sólo una fachada y que lo poco que hay detrás es pánico a vivir.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Auto de fe

....

Porque una vez se me rompió el alma. Que no el corazón. Es fácil notar la diferencia. Cuando te rompen el corazón lloras. Y si acaso te enrabias, ya sea durante un segundo o para toda la eternidad. Pero, amigo, cuando se te rompe el alma no respiras, y si por casualidad lo siguieras haciendo estarías tan vacío que el aire reventaría tu cuerpo desde dentro.

martes, 20 de noviembre de 2007

Das Frische an Bayern

Recuerdo el ruido de las ruedas de la silla, rodando y rodando hasta el instante justo en que la paré al lado de la mesa.

Recuerdo que pensé lo que pienso siempre que me subo en ella: que se moverá, me caeré y me abriré la cabeza.

Recuerdo que mi mano se acercó a la botella, y que justo en el instante en el que mis dedos la rozaron fue cuando empecé a recordar.

Vi los rizos de Nicole. Maldita zorra, que mal me caíste desde el primer día. Con tus pequeños ojos marrones agrandados por tu hipermetropía. Y aquel arito en la nariz, siempre me pareció pretencioso, siempre me pareciste una pretenciosa, mirándome siempre por encima de tu hombro.

Escuché también, por causalidad la guitarra del maestro. Sí, yo pasaba por delante del estudio y allí estaba Michael, repitiendo arpegios, poniendo toda la pasión, inventándola incluso, para seguir al mentor.

Paseé por el bosque llegando al banco que, alejado de todo, muestra el río bordeando la ciudad y una basta extensión de tierra y cielo, de colores, de sentimientos y la infinitud del atardecer. Nunca existió un lugar que estuviera tan cerca de permitir parar el tiempo.

Y finalmente te vi a ti, sentado en el banco donde te fumaste tu primer cigarro, donde te bebiste tu primera botella de vino, donde acabo tu primera cita y donde recibiste tu primer beso.


Mis manos agarraron la botella con fuerza, me bajé de la silla sabiéndome afortunada por no haberme roto la cabeza. Soplé con fuerza sobre el vidrio y aparte el polvo con las manos. Leí, en voz alta una última, vez aquellas palabras que nunca comprendí del todo. La boca me supo a podredumbre.

Guardé la botella en una caja y la metí en lo más profundo de un armario.
La próxima vez que la vea no creo que haya piedad…. Tendré que reciclarla.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Días tristes. Parte III

Reconozco que me cebé, pero tampoco sabía como parar. Durante unos segundos sólo veía pequeños flashes de las trayectorias de las balas y seres humanos que pasaban de estar en tensión a yacer inertes, unos sobre otros, con su sangre inundándolo todo y mezclándose con la sangre del resto de los cadáveres.

Me jodió mucho cuando me percaté de que había una chica con vida. Pero más me jodió darme cuenta de que había vaciado el cargador. Me planteé reventarla a hostias con el fusil. Pero cuando lo estaba empuñando con las dos manos me di cuenta de que toda mi angustia había desaparecido, ninguna fuerza oprimía ya mi pecho, y si la mataba estaría pecando de avaricia. Y, por hoy, ya tenía muertos de sobra.

Antes de marcharme la miré por un instante. Tenía la cara manchada de sangre y apretaba los ojos muy fuerte. No sé, parecía como si esperase algo.

martes, 13 de noviembre de 2007

Almas gemelas

Una noche, él osó musitar un “te quiero”. Ella hizo como que no lo escuchaba.

Más tarde, otra noche, la palabra, llena de confianza en si misma, volvió a salir de su boca. Y ella se la creyó. Aún a sabiendas de que era mentira, teniendo claro que esa criatura estaba todavía muy lejos de tener una capacidad definida de amar.

Pasó el tiempo y el te quiero se quedó corto. Te quiero estaba vacío, te quiero no era nada, quizá una fina capa, una ínfima parte de todo lo que había detrás. Y así surgió el ingenio, agudizado por la distancia, por la necesidad de oír latir al mismo compás dos corazones tan alejados.

Cabe decir que te quiero seguía siendo mentira. ¡Pero qué importaba! ¡Qué más daba! ¿No lo entendéis? Pobres cuerdos, ¿acaso jamás os habéis aferrado a un clavo al rojo una y otra vez, con las manos llenas de llagas? Bueno, tal vez no seáis esa clase de persona.

Así con el ingenio, como bien relataba, llegaron las palabras más dulces, las metáforas más agudas, los sueños soñados de despiertos.

Una noche él dijo: “Como siameses unidos por el cerebro y por el corazón, pero no por nuestras piernas”. Y ella se lo creyó. Y se aprendió esa frase, repitiéndola una y otra vez, hasta que perdió su sentido.

El desapareció. Tardó un susurro en borrar cualquier indicativo que mostrase que alguna vez estuvo allí. Y ella, perpleja, se quedó con sus palabras: Como siameses…. Como siameses…. Volverá.

Pero no. Fue ella la que se volvió loca. Aunque nunca dejó de esperar.

Y un día La Loca se fue a buscarle. Se marchó a los confines del mundo hasta dar con él. Finalmente lo encontró y clavo sus ojos huecos en él: “Como siameses unidos por el cerebro y por el corazón, pero no por nuestras piernas”. Él la reconoció entonces y se quedó estupefacto. “¿Sabes?”, dijo ella, “Tengo, desde hace mucho, mucho tiempo un peso en la cabeza”. Acto seguido sacó una pistola y se la colocó en la sien. De nuevo, habló:



“Ya nunca volverás a mentir a una mujer”



Y una bala le atravesó de lado a lado la cabeza.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Días tristes. Parte II

Tras el instante de éxtasis que acababa de vivir me marché a mi casa. Entré y me senté en el sofá, la mirada perdida en un punto incierto del televisor apagado. Y así estuve mucho tiempo, pensando en como vengarme de aquel payaso. Buscando entre una marabunta de ideas la mejor forma para hacerle pagar por el insulto.

Las luces de las farolas se filtraban por las cortinas de salón cuando llegaron las voces. No eran las voces de siempre, estaba familiarizado con sus timbres y sabía que no eran las mismas que todos los días me invitaban a seguir sólo, con ellas como única compañía, las que más tarde me amenazaban y a las que yo, loco por sacarlas de mi cabeza, les acababa gritando mientras me golpeaba contra las paredes. Pero así era peor, mucho peor. Ellas se enfurecían diciendo que encontrarían a mi familia, la cual yo había luchado por olvidar, y los matarían a todos, que destruirían todo aquello con lo que una vez, hace muchísimo tiempo, pude ser feliz.
Como ya he dicho, no se trataba de esas voces. Estas sonaban mucho más graves, más nítidas, más seguras. Hablaban claro y tenían toda la razón.

Miré el reloj. Dos horas largas pasaban de la media noche. Me puse a rebuscar en los armarios, tirando cajas y periódicos viejos guardados, de aquella época en la que descubrí que podías saber la fecha de tu muerte utilizando un pequeño algoritmo sobre la primera letra del titular principal; rebusqué en la galería, donde la mayoría de los muebles de la casa estaban apilados. Los vecinos molestos por el ruido empezaron a dar golpes en mi techo. Yo no tenía la culpa de que las voces gritaran tan alto, además yo tenía una idea en mente que desarrollar.

Finalmente encontré mi fusil bajo la cama. Aún recuerdo lo fácil que fue comprarlo por Internet, aunque he de reconocer que esa misma facilidad me asustó un poco: a saber que pasaría si un arma de ese tipo cayera en manos de un desequilibrado.

Me puse mi abrigo y oculte el fusil bajo el mismo. Después salí a la calle, dispuesto a perpetrar mi plan. Caminé durante mucho rato buscando el lugar ideal, entré en un par de tugurios atestados de gente antes de decidirme.

El sitio era curioso, tenía las paredes moradas y una barra grande, con estanterías llenas de vidrios detrás. Sería como en las películas. Además no estaba tan lleno como los otros lugares, lo cual simplificaba la operación.

Estaba apoyado sobre la puerta cuando el barman me miró. En mi siguiente recuerdo el fusil ya está descubierto sin apuntar a un objetivo en concreto, y veo las caras de horror de la gente justo antes de empezar a disparar. He de reconocer que dudé por un instante, pero las voces fueron precisas: “Mátalos”. A partir de ahí, empecé a descargar balas, primero contra los que venían hacia mi, no sé muy bien si trataban de neutralizarme o sólo de escapar. Pobres ilusos.
Debido a mi inexperiencia en esto de las matanzas y el uso de armas, y también porque el retroceso del fusil me golpeaba el estómago, (cosa que me estaba empezando a poner de peor humor del que había llegado ya de por si); podía, fácilmente, disparar varias veces sobre el mismo blanco, a veces para cerciorarme de su muerte y otras por puro sadismo.

Aquello me estaba gustando. Sobre todo el balazo limpio que se llevó el camarero en medio de la frente y que le reventó la cabeza por dentro, es lo que tiene la munición hueca, que sabes por donde entra pero nunca sabes por donde va a salir.

Caminaba entre la sangre y las vísceras pensando que ya había acabado con todos, cuando me encontré con un reducido grupo de ojos asustados acurrucados a un lado de la barra. Los miré por un instante y me sentí poderoso. Sabía que sabían que sus vidas dependían de mí.

Pero yo era el único que sabía que iban a morir.

martes, 6 de noviembre de 2007

Antes

Aunque no sea cierto me gusta pensar que él estaba allí antes que nada. Él fue antes que el local, antes que las máquinas, antes que la música, los taburetes y las indelebles manchas del suelo.
Él fue antes que yo, de eso estoy segura. Mucho antes.
Y aunque sé que él no estaba allí por o para mi, es cierto que allí estaba…. cuando yo llegué.

Y ha impregnado todo con su sello personal. Cada centímetro tiene su marca. Cada porción de espacio esta llena con sus ideas, con sus pequeños proyectos, que sumados uno a uno dan lugar a ese antro horripilante que tanto me llena. Todo, en cierto modo, es como él es. Aunque la mayoría de nosotros no tengamos ni idea de lo que eso significa.

Tan opaco de piel para dentro, tan cristalino de barra para fuera. Incluyendo su música, que varía, poco a poco, como si de su evolución personal y eterna se tratase.

Reconozco que me llegó a resultar exasperante, irracional incluso, ver como cada fin de semana mis pasos se dirigían una y otra vez, al mismo lugar; a contemplar a un ser: insoportable, maleducado, borde, obtuso, terco, sorprendentemente apático a veces y otras dinámico y mordaz. Pero me resigné. Sin ningún motivo más que el tedio que produce buscarle tres pies al gato, o cinco, o nueve, porque nunca he sabido cuantas patas tiene.

Quizá por eso ahora me sorprende todo el revuelo que se monta a su alrededor. Comentarios en voz baja, manos tímidas que le señalan con el dedo a su paso. Parece que el mundo se vaya a acabar. Y eso, tan sólo porque el niño se ha aburrido.

Sí, sí. Como lo oís, simplemente se ha aburrido, por eso echa pulsos dialécticos con cualquiera, por eso espera que la locuacidad en persona se presente y le de conversación. Por eso ya no están ninguna de las niñas que le bailaban alrededor, porque hasta de ellas se ha cansado, (o viceversa).

Nadie debería asustarse por su actitud. Pero hay algo en todo esto que si que me da miedo: ¿qué pasa si se cansa del lugar, de su proyecto? ¿Qué pasa si se va? Supongo que cerrarían el Ciao. Sin alma ese lugar no…. ese…. no vale nada.