lunes, 9 de junio de 2008

One last song

"La experiencia no es lo que te sucede, si no lo que haces con lo que te sucede"
Aldous Huxley.

Tengo 22 años. He vivido muchas cosa. Buenas y malas. Cosas que me gusta haber vivido y otras que desearía, a veces, que no hubieran sucedido jamás.

He vivido en el autoengaño. He sufrido, por mi culpa o por la culpa de otros. He visto mis convicciones desmoronarse demasiadas veces. He soñado cosas imposibles y he hecho posibles cosas que parecían difíciles. No soy ni buena ni mala, ni una heroina, ni una mancha más en medio de la marabunta de almas que poblan la tierra. Sólo soy yo.

He tocado fondo hasta límites que jamás imaginé. He sentido la necesidad vital de morir y he deseado de corazón que mi último aliento expirase en mis labios. Por suerte o por desgracia he sido demasiado cobarte para implementar mi muerte como forma de vida alternativa.

No sé si he aprovechado bien mi vida. No sé si he aprendido de lo que me sucede. Desconozco si soy o no más o menos sabia que hace 1, 2 o 10 años. No sé donde estoy, no sé donde voy. Sólo sé que no tengo alas y que no me queda más que caminar.

Y eso es lo que voy a hacer: caminar. Andar ese camino, que según Nietzsche, es sólo para mi y sobre el cual no debo preguntarme nada. Sólo seguirlo y caminar. Hasta que llegue al final.

Al fin y al cabo los días no pasarán más rápidos por mucho tiempo que pase durmiendo, las penas seguirán siendo tristes y el mundo seguirá perdiendo colores si me empeño en cerrar los ojos y esconderme entre las sabanas.

No tengo nada, luego nada puedo perder. No tengo ilusiones, así que sólo podré conseguirlas. Y si hay más heridas aún me queda sangre que emanar.

Me desharé de la angustia, de los deseos de muerte, pues sé que al final de mi vida llegará ésta irrebocablemente. Me desharé de las mentiras, de los malos deseos, de la apatia, del dolor, aunque siga doliendo. Me haré fuerte, o lo intentaré, cogeré aliento y lucharé sin mayor estandarte que yo misma. Sin mayores victorias que sobrevivirme.

Y aunque este vacia, por suerte, no estoy sola. Y aunque no me aprecie, sé que alguien lo hace. Y aunque lloré, aunque grite o aunque mis ojos se apaguen perdiendo mi felicidad, sé que hay alguien que hará que me calme, que deje de llorar y que devolverá todo el brillo a mis ojos y todos los colores a mi mundo.

Ya no puedo perder porque ya no tengo nada.

martes, 3 de junio de 2008

El reencuentro

Dormitaba tumbada boca arriba sobre su cama. La claridad de la caída del sol recortaba la silueta de la ciudad y pintaba de naranja las paredes de su habitación. Su respiración, pausada y profunda, expresaba de forma perfecta la calma que envolvía la estancia.

Calma que fue rota por el sonido de unos nudillos en su ventana.

Alzó la cabeza a la par que volteaba su cuerpo. Del otro lado del vidrio un mudo y sonriente Peter Pan la esperaba. Ella abrió la ventana y, aún dudando que se tratara de un sueño, agarró la mano del niño de verde y de un salto llegaron a los tejados del edificio de enfrente.

Se quedó sola un instante, con la mirada fija en los saltos del Peter Pan que se alejaba.

Ella no tardó en aparecer. Su fascinante figura se acercaba a la muchacha con su paso altivo y su siempre ondulante vestido negro. Cuando Ella estaba más cerca la muchacha se percató de que llevaba una rosa roja bordada en el corpiño. La novedad le sorprendió y le extrañó a partes iguales.

"Buenas tardes", dijo Ella, "¿Me querrás acompañar mientras me tomo un té?" La muchacha asintió sin abrir la boca y no se asustó cuando una mesa y dos sillas aparecieron sin más.

Ella le hizo un gesto indicándole que se sentara. Sirvió el té y tomó asiento también. El sol agonizaba raudo, gritando auxilio en el horizonte.

Tras unos sorbos al té Ella carraspeo, disponiéndose a hablar. "No pensarías que la última vez que nos vimos iba a ser realmente la última". Hizo un silencio esperando leer la respuesta en la cara de la muchacha, pero ella solo miraba impasible la taza de té. Ella decidió entonces continuar: "Observo, por tu no respuesta, que ya sabes porque estoy aquí. Esperaba que fuera un reencuentro bonito, de verdad. Yo te he echado de menos. Pero quizás tú a mi no". Esta vez Ella no se molesto en auscultar su rostro, la muchacha ya conocía de qué iba el juego.

El sol devorado por la tierra daba sus últimos coletazos de luz. Del otro lado del cielo se adivinaba la oscura noche.

La muchacha se había negado a sí misma a tomar partido en la conversación. Sus ojos miraban fijamente al té mientras sus oídos temerosos esperaban, cada vez más cerca de sus hombros, las palabras de Ella.

"No sé por que te sientes incómoda. Al fin y al cabo yo he sido tu más sincera compañía durante mucho tiempo. No te digo que tengas que estarme agradecida, he compartido mi tiempo contigo de buen grado. Pero al fin y al cabo sabías que esto pasaría. Que yo volvería. Pero quiero dejar claro esto: Vuelvo porque tú me necesitas. Está en tu naturaleza, es parte de ti. Soy parte de ti. Quizá una de las que menos te gusta, pero soy tuya al fin y al cabo".

La muchacha, reacia en un principio a la conversación, se envalentonó, sacudió sus ojos del oscuro líquido, los clavó en los de la mujer y le dijo: "Pero.... ¿Por qué? ¿Por qué ahora? ¿Por qué t....?".

"Shhhhh", dijo Ella con un fino y elegante dedo posado sobre sus rojos labios. "Ya sabes la respuesta. Y yo te la acabo de repetir. Es parte de ti".

La muchacha, con los ojos llenos de lágrimas y con la voz rota por el dolor, le preguntó: "¿Y no hay otra opción? ¿Ninguna alternativa?".

Ella, que se esperaba la pregunta, la miró de forma severa y pausada y le dijo: "Puedes volar sin la mano de Peter Pan".

La noche había reducido la herencia del sol a unas finas trazas en el confín de la ciudad. La oscuridad caía espesa sobre la parte este de la urbe, como un manto de crudo sobre los tejados de los edificios que cayese en viscosos hilillos por las fachadas, inundando de la maloliente y aterciopelada brea las calles enteras.

La muchacha, llena de incertidumbre se levantó. Caminando muy despacio, seguida de los ojos de Ella, se colocó sobre la última teja. Pasó un minuto, tal vez dos. Ella se sentía cada vez más tensa, más preocupada.

Finalmente la muchacha alzó uno de sus pies, dispuesta a dar el siguiente paso. Cuando llegó el momento de dejarse caer empezó a mover sus brazos, para recuperar el equilibro. Acabó cayéndose hacía atrás en el tejado. Sus ojos empapados en lágrimas: "¡No puedo!", gritó.

Ella, con una sonrisa en los labios, se acercó y le tendió su mano, ayudándole a levantarse.

Se volvieron a sentar.

La oscuridad dominaba ya todo el crepúsculo. Tres o cuatro estrellas relucían tímidamente en la noche.

Ella, apurando el contenido de su taza, dijo: "Tranquila, tengo gran cantidad de té. Lo que implica que nos volveremos a ver".

Se levantó y sin más despedida dio un silbido de aviso al Peter Pan. A los pocos pasos su vestido, con ella dentro, se fundió con el viento.

Peter ofreció de nuevo su mano a la muchacha. Ella la tomó y de un salto volvió a dejarla en su ventana. Desde allí, como tantas y tantas otras veces antes y como tantas otras después, lo vio marcharse a grandes saltos, mientras, a su paso, hacía vibrar las antenas de los tejados.