sábado, 29 de diciembre de 2007

Veraz

No llores. No es necesario.

Ya sabías de antemano que esto iba a suceder. Poco antes de que empezaras la idea surcó fugazmente tu cabeza. Te molestaste en borrarla, en que no quedase ni una sola huella del miedo que sentiste.

Pero no podías evitarlo. Pasaría, en contra de tu voluntad.

Nunca destacaste, nunca brillaste, nunca fuiste diferente a cualquier otro ser. Nunca te saliste de la media. Lo que te convierte en mediocre.

No eres diferente a ellos. No eres diferente a nadie. Y eso que te has dejado la piel en intentarlo.

Y ahora mírate. Llena de rasguños y de heridas, con los ojos hinchados de llorar y el poco amor propio que te quedaba convertido en un reducto de patética autocompasión.

Ni se te ocurra pensar que algún día harás cosas grandes. Ni por un momento pienses que alcanzaras alguna de tus metas.

Lo siento, alguien debió arrancarte las alas mucho antes.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Holocausto

“Yo he dado positivo”.

Se le heló la sangre cuando esas palabras resonaron en su tímpano. Se le paró el corazón. Sabía lo que eso significaba.

Adiós a una vida normal. Adiós a las noches de fiesta locas, adiós a no prestar atención a su alimentación y al estado de su cuerpo.

Tendría, o debería dejar de fumar. Si ya de por si le iba a costar respirar no sería bueno agravarlo con un enfisema.

Tendría que olvidarse de su idea de tener su propia descendencia. Jamás quiso hacerlo, pero ahora le agobiaba la idea de no poder cambiar de opinión. Se imaginó por un instante a los 50, completamente sola, consumida por la enfermedad. Fue la primera vez que pensó en suicidarse.

Tendría que abrazarse de lleno a los antiretrovirales, aceptar sus efectos secundarios y estar pendiente de sus niveles de carga viral. Tendría que cuidarse muy mucho de no coger un catarro, mucho menos una bronquitis o una pulmonía.

Tendría que haberlo pensado antes de follarse a aquel tío a pelo.

Y por aquella nimiedad, por aquellos diez minutos en los servicios de un pub, lo único que tenía que hacer ahora era confirmar sus sospechas y hacerse la prueba ELISA a la que, algo dentro de ella le decía que seguiría la Western Blot.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Saña

Primera hora de la tarde de un soleado pero frío día de invierno. La luz entra directamente por las traviesas de la ventana. Dentro de la habitación claridad suficiente como para leer y escribir, pero la luz se percibe con un tono amarillo, enfermizo.
Estancia pequeña, ligeramente caótica, hojas inundándolo todo. Incluyendo una mesa, una cama e incluso el suelo. Post-it amarillos por todas las paredes con frases escritas con una letra ilegible.
Una silueta recortada a contraluz aparece sentada frente al escritorio. Está parada, completamente inmóvil, frente a una pantalla.

“Mírate. Eres terca, terriblemente terca. Y estúpida, sí. Terriblemente estúpida. Te lo juraste, te lo juraste y perjuraste, dijiste que nunca volverías a pasar por esto, que harías todo lo posible por no tener que volver a hacerlo. Y mira…. ”

La luz cada vez entra con menos fuerza por la ventana, la estancia se va oscureciendo en tonos grises. Todo se va haciendo más frío, todo tiene un aspecto gélido. La figura sigue impasible frente al ordenador.

“¿Qué te queda ahora? Vamos, dime. Eh, valiente, ¿qué te queda? ¿Cuántos suspiros has recopilado hoy? ¿Cuánto amor? ¿Sigues sintiendo su calor a pesar de la distancia? No…. no te mientas, no me mientas. Sabías que esto era lo que iba a pasar. Sabías que no sería de otra forma, porque no puede serlo. Y aún así. Ilusa, tonta, ¡¡¡¡estúpida!!!! Te mereces todo este dolor. Te lo mereces, por pensar que podría ser diferente, que podrías ser mejor que el resto. Zorra prepotente”

La oscuridad ha inundado el habitáculo por completo. Una tenue y aún más demoledora luz anaranjada se cuela entre los agujeros de la persiana. De la silueta sólo vemos ahora el busto, recortado por la luz artificial del computador. La imagen es depresiva.

“¿Hasta cuándo vas a prolongar este dolor? ¿Hasta cuánto dolor? ¿Cuándo decidirás dejar de alargar esta asfixiante agonía? ¿Cuándo te darás cuenta de que has hecho mal y rectificarás? ¿Cuánto queda para que percibas claramente que es un error? ¡¡¡¡Vamos joder!!!! Reacciona zorra estúpida, esto no puede seguir así. Has fracasado. Lo has hecho. OTRA VEZ. No eres más que una mancha en la multitud, no eres diferente a ellos, eres tan mediocre como cualquiera de los demás”

En la pantalla empieza a parpadear un recuadro anaranjado. La silueta sale de su estado de vegetación: agarra el ratón y dirige el puntero hacía el recuadro naranja. Pincha encima y se abre una ventana en la pantalla. La silueta enciende un flexo: una luz blanca, esperanzadora la ilumina de forma semi-indirecta, descubrimos la sonrisa de una mujer.
Sonido de teclas, caracteres que aparecen sobre un recuadro dentro de la ventana recién abierta.: “Hola am....”

Se produce un apagón: la luz se va. La pantalla se apaga, el flexo se apaga. De nuevo la silueta iluminada únicamente por la anaranjada luz de las farolas del exterior. La silueta, primero solloza y luego rompe en un estrepitoso llanto. El sonido de sus lloros envuelve su figura recortada una vez más a contraluz, mientras, casi imperceptiblemente toda la imagen funde a negro.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Germinal

Entre mis brazos, sintiendo su temperatura sobre mi piel, con su cabeza apoyada sobre mi pecho. Sintiendo su respiración en mi cuello.

Giré mi cara y clave la mirada en aquellos profundos destellos que emanaban de sus ojos. Y los míos se empaparon y lloré. Lloré de felicidad y de dolor. Porque amarle me dolía. Profundo y desgarrador.

Cierto era que me abarcaba por completo, desde la punta de los dedos de mis pies, hasta el final de mis cabellos. Y su amor, o el mío, porque yo desconocía ya que era suyo y que era mío, e igual me daba porque yo sólo lo quería a él; nuestro amor, rugía en mi pecho arrancándole sonidos de más a mis aurículas y a mis ventrículos. Y en mi alma, en mi triste y penosa alma, en esa alma, desalmada tiempo atrás; ahí crecía, mecido por una etérea sensación de seguridad, mi espíritu.

Y felicidad era lo que transpiraban todos y cada uno de mis poros al observarlo así, con toda la calma del mundo tras la tormenta, tras el crepitar de los cuerpos, tras la violencia y la pasión irracional, tras sus espasmos entre mis piernas. Tras ver pasar ante mi, toda la energía del universo.


Así, entre mis brazos, sintiendo su temperatura sobre mi piel, y de nuevo con su cabeza apoyada sobre mi pecho descubrí que ya nunca podría contemplar la vida si no era a través de sus ojos.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Pánico

Me desperté empapada en sudor, completamente desorientada, con una sensación de terror que hacía que el corazón se me saliera del pecho. Miré por la ventana para tratar de ubicarme. La ciudad despertaba entre una difusa niebla. Froté mis ojos tratando de encontrarme a mi misma, de reaccionar. Cuando los abrí la niebla había desaparecido.

Volví a apoyar la cabeza sobre la almohada, mirando al techo esta vez. Sentía como la humedad calada en mi pijama se enfriaba y, sin querer, me puse a temblar.

Sin prestar ningún tipo de atención a las involuntarias convulsiones de mi cuerpo me dediqué a pensar qué era aquello que me había provocado tanto miedo. Traté de recordar que era lo último en que había pensado antes de dormir, justo en el instante en el que los párpados caen definitivamente y los ojos se deslizan ligeramente hacia arriba.

Fue fácil acordarme: estaba pensando en él. Al fin y al cabo, para él era mi último pensamiento de la noche y el primero de cada mañana. Su imagen me reconfortó y oprimí contra mi pecho el nórdico que me tapaba mientras un suspiro se abría paso entre mis labios.

Entonces una sucesión de escenas llegaron a mi cabeza: Él mirándome a los ojos, él torciendo su mueca, él completamente triste y decepcionado, él lleno de ira, marchándose, sin mirar atrás y, por último, yo con la certeza de haber sido descubierta.

Por suerte todo había sido una pesadilla. Pero, a veces, me puede el miedo y pienso si sería eso lo que pasase si descubriera que soy sólo una fachada y que lo poco que hay detrás es pánico a vivir.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Auto de fe

....

Porque una vez se me rompió el alma. Que no el corazón. Es fácil notar la diferencia. Cuando te rompen el corazón lloras. Y si acaso te enrabias, ya sea durante un segundo o para toda la eternidad. Pero, amigo, cuando se te rompe el alma no respiras, y si por casualidad lo siguieras haciendo estarías tan vacío que el aire reventaría tu cuerpo desde dentro.

martes, 20 de noviembre de 2007

Das Frische an Bayern

Recuerdo el ruido de las ruedas de la silla, rodando y rodando hasta el instante justo en que la paré al lado de la mesa.

Recuerdo que pensé lo que pienso siempre que me subo en ella: que se moverá, me caeré y me abriré la cabeza.

Recuerdo que mi mano se acercó a la botella, y que justo en el instante en el que mis dedos la rozaron fue cuando empecé a recordar.

Vi los rizos de Nicole. Maldita zorra, que mal me caíste desde el primer día. Con tus pequeños ojos marrones agrandados por tu hipermetropía. Y aquel arito en la nariz, siempre me pareció pretencioso, siempre me pareciste una pretenciosa, mirándome siempre por encima de tu hombro.

Escuché también, por causalidad la guitarra del maestro. Sí, yo pasaba por delante del estudio y allí estaba Michael, repitiendo arpegios, poniendo toda la pasión, inventándola incluso, para seguir al mentor.

Paseé por el bosque llegando al banco que, alejado de todo, muestra el río bordeando la ciudad y una basta extensión de tierra y cielo, de colores, de sentimientos y la infinitud del atardecer. Nunca existió un lugar que estuviera tan cerca de permitir parar el tiempo.

Y finalmente te vi a ti, sentado en el banco donde te fumaste tu primer cigarro, donde te bebiste tu primera botella de vino, donde acabo tu primera cita y donde recibiste tu primer beso.


Mis manos agarraron la botella con fuerza, me bajé de la silla sabiéndome afortunada por no haberme roto la cabeza. Soplé con fuerza sobre el vidrio y aparte el polvo con las manos. Leí, en voz alta una última, vez aquellas palabras que nunca comprendí del todo. La boca me supo a podredumbre.

Guardé la botella en una caja y la metí en lo más profundo de un armario.
La próxima vez que la vea no creo que haya piedad…. Tendré que reciclarla.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Días tristes. Parte III

Reconozco que me cebé, pero tampoco sabía como parar. Durante unos segundos sólo veía pequeños flashes de las trayectorias de las balas y seres humanos que pasaban de estar en tensión a yacer inertes, unos sobre otros, con su sangre inundándolo todo y mezclándose con la sangre del resto de los cadáveres.

Me jodió mucho cuando me percaté de que había una chica con vida. Pero más me jodió darme cuenta de que había vaciado el cargador. Me planteé reventarla a hostias con el fusil. Pero cuando lo estaba empuñando con las dos manos me di cuenta de que toda mi angustia había desaparecido, ninguna fuerza oprimía ya mi pecho, y si la mataba estaría pecando de avaricia. Y, por hoy, ya tenía muertos de sobra.

Antes de marcharme la miré por un instante. Tenía la cara manchada de sangre y apretaba los ojos muy fuerte. No sé, parecía como si esperase algo.

martes, 13 de noviembre de 2007

Almas gemelas

Una noche, él osó musitar un “te quiero”. Ella hizo como que no lo escuchaba.

Más tarde, otra noche, la palabra, llena de confianza en si misma, volvió a salir de su boca. Y ella se la creyó. Aún a sabiendas de que era mentira, teniendo claro que esa criatura estaba todavía muy lejos de tener una capacidad definida de amar.

Pasó el tiempo y el te quiero se quedó corto. Te quiero estaba vacío, te quiero no era nada, quizá una fina capa, una ínfima parte de todo lo que había detrás. Y así surgió el ingenio, agudizado por la distancia, por la necesidad de oír latir al mismo compás dos corazones tan alejados.

Cabe decir que te quiero seguía siendo mentira. ¡Pero qué importaba! ¡Qué más daba! ¿No lo entendéis? Pobres cuerdos, ¿acaso jamás os habéis aferrado a un clavo al rojo una y otra vez, con las manos llenas de llagas? Bueno, tal vez no seáis esa clase de persona.

Así con el ingenio, como bien relataba, llegaron las palabras más dulces, las metáforas más agudas, los sueños soñados de despiertos.

Una noche él dijo: “Como siameses unidos por el cerebro y por el corazón, pero no por nuestras piernas”. Y ella se lo creyó. Y se aprendió esa frase, repitiéndola una y otra vez, hasta que perdió su sentido.

El desapareció. Tardó un susurro en borrar cualquier indicativo que mostrase que alguna vez estuvo allí. Y ella, perpleja, se quedó con sus palabras: Como siameses…. Como siameses…. Volverá.

Pero no. Fue ella la que se volvió loca. Aunque nunca dejó de esperar.

Y un día La Loca se fue a buscarle. Se marchó a los confines del mundo hasta dar con él. Finalmente lo encontró y clavo sus ojos huecos en él: “Como siameses unidos por el cerebro y por el corazón, pero no por nuestras piernas”. Él la reconoció entonces y se quedó estupefacto. “¿Sabes?”, dijo ella, “Tengo, desde hace mucho, mucho tiempo un peso en la cabeza”. Acto seguido sacó una pistola y se la colocó en la sien. De nuevo, habló:



“Ya nunca volverás a mentir a una mujer”



Y una bala le atravesó de lado a lado la cabeza.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Días tristes. Parte II

Tras el instante de éxtasis que acababa de vivir me marché a mi casa. Entré y me senté en el sofá, la mirada perdida en un punto incierto del televisor apagado. Y así estuve mucho tiempo, pensando en como vengarme de aquel payaso. Buscando entre una marabunta de ideas la mejor forma para hacerle pagar por el insulto.

Las luces de las farolas se filtraban por las cortinas de salón cuando llegaron las voces. No eran las voces de siempre, estaba familiarizado con sus timbres y sabía que no eran las mismas que todos los días me invitaban a seguir sólo, con ellas como única compañía, las que más tarde me amenazaban y a las que yo, loco por sacarlas de mi cabeza, les acababa gritando mientras me golpeaba contra las paredes. Pero así era peor, mucho peor. Ellas se enfurecían diciendo que encontrarían a mi familia, la cual yo había luchado por olvidar, y los matarían a todos, que destruirían todo aquello con lo que una vez, hace muchísimo tiempo, pude ser feliz.
Como ya he dicho, no se trataba de esas voces. Estas sonaban mucho más graves, más nítidas, más seguras. Hablaban claro y tenían toda la razón.

Miré el reloj. Dos horas largas pasaban de la media noche. Me puse a rebuscar en los armarios, tirando cajas y periódicos viejos guardados, de aquella época en la que descubrí que podías saber la fecha de tu muerte utilizando un pequeño algoritmo sobre la primera letra del titular principal; rebusqué en la galería, donde la mayoría de los muebles de la casa estaban apilados. Los vecinos molestos por el ruido empezaron a dar golpes en mi techo. Yo no tenía la culpa de que las voces gritaran tan alto, además yo tenía una idea en mente que desarrollar.

Finalmente encontré mi fusil bajo la cama. Aún recuerdo lo fácil que fue comprarlo por Internet, aunque he de reconocer que esa misma facilidad me asustó un poco: a saber que pasaría si un arma de ese tipo cayera en manos de un desequilibrado.

Me puse mi abrigo y oculte el fusil bajo el mismo. Después salí a la calle, dispuesto a perpetrar mi plan. Caminé durante mucho rato buscando el lugar ideal, entré en un par de tugurios atestados de gente antes de decidirme.

El sitio era curioso, tenía las paredes moradas y una barra grande, con estanterías llenas de vidrios detrás. Sería como en las películas. Además no estaba tan lleno como los otros lugares, lo cual simplificaba la operación.

Estaba apoyado sobre la puerta cuando el barman me miró. En mi siguiente recuerdo el fusil ya está descubierto sin apuntar a un objetivo en concreto, y veo las caras de horror de la gente justo antes de empezar a disparar. He de reconocer que dudé por un instante, pero las voces fueron precisas: “Mátalos”. A partir de ahí, empecé a descargar balas, primero contra los que venían hacia mi, no sé muy bien si trataban de neutralizarme o sólo de escapar. Pobres ilusos.
Debido a mi inexperiencia en esto de las matanzas y el uso de armas, y también porque el retroceso del fusil me golpeaba el estómago, (cosa que me estaba empezando a poner de peor humor del que había llegado ya de por si); podía, fácilmente, disparar varias veces sobre el mismo blanco, a veces para cerciorarme de su muerte y otras por puro sadismo.

Aquello me estaba gustando. Sobre todo el balazo limpio que se llevó el camarero en medio de la frente y que le reventó la cabeza por dentro, es lo que tiene la munición hueca, que sabes por donde entra pero nunca sabes por donde va a salir.

Caminaba entre la sangre y las vísceras pensando que ya había acabado con todos, cuando me encontré con un reducido grupo de ojos asustados acurrucados a un lado de la barra. Los miré por un instante y me sentí poderoso. Sabía que sabían que sus vidas dependían de mí.

Pero yo era el único que sabía que iban a morir.

martes, 6 de noviembre de 2007

Antes

Aunque no sea cierto me gusta pensar que él estaba allí antes que nada. Él fue antes que el local, antes que las máquinas, antes que la música, los taburetes y las indelebles manchas del suelo.
Él fue antes que yo, de eso estoy segura. Mucho antes.
Y aunque sé que él no estaba allí por o para mi, es cierto que allí estaba…. cuando yo llegué.

Y ha impregnado todo con su sello personal. Cada centímetro tiene su marca. Cada porción de espacio esta llena con sus ideas, con sus pequeños proyectos, que sumados uno a uno dan lugar a ese antro horripilante que tanto me llena. Todo, en cierto modo, es como él es. Aunque la mayoría de nosotros no tengamos ni idea de lo que eso significa.

Tan opaco de piel para dentro, tan cristalino de barra para fuera. Incluyendo su música, que varía, poco a poco, como si de su evolución personal y eterna se tratase.

Reconozco que me llegó a resultar exasperante, irracional incluso, ver como cada fin de semana mis pasos se dirigían una y otra vez, al mismo lugar; a contemplar a un ser: insoportable, maleducado, borde, obtuso, terco, sorprendentemente apático a veces y otras dinámico y mordaz. Pero me resigné. Sin ningún motivo más que el tedio que produce buscarle tres pies al gato, o cinco, o nueve, porque nunca he sabido cuantas patas tiene.

Quizá por eso ahora me sorprende todo el revuelo que se monta a su alrededor. Comentarios en voz baja, manos tímidas que le señalan con el dedo a su paso. Parece que el mundo se vaya a acabar. Y eso, tan sólo porque el niño se ha aburrido.

Sí, sí. Como lo oís, simplemente se ha aburrido, por eso echa pulsos dialécticos con cualquiera, por eso espera que la locuacidad en persona se presente y le de conversación. Por eso ya no están ninguna de las niñas que le bailaban alrededor, porque hasta de ellas se ha cansado, (o viceversa).

Nadie debería asustarse por su actitud. Pero hay algo en todo esto que si que me da miedo: ¿qué pasa si se cansa del lugar, de su proyecto? ¿Qué pasa si se va? Supongo que cerrarían el Ciao. Sin alma ese lugar no…. ese…. no vale nada.

martes, 30 de octubre de 2007

Días tristes. Parte I

Me levanté como cada día desde hacia mucho tiempo: apático. La angustia oprimía mi pecho aún antes de levantarme de la cama. A veces pienso sino será ella la que actúe, de forma cruel, como despertador, abriéndome los ojos todas las mañanas a las siete y media.
Sin excepción.

De camino al baño observé la cocina, llena de mugre: hacía meses que no tenía un plato limpio, el moho empezaba a crecer por las paredes a causa de la humedad de las lluvias otoñales, que penetraba por la ventana; algunas cucarachas se habían hecho fuertes en torno al cubo de basura, rebosante de desperdicios.

Me topé con mi reflejo, no mostraba tantas ojeras como de costumbre. Tomé la hojilla oxidada y me empecé a afeitar. Era una de las pocas costumbres que mantenía: rasurarme recién levantado. Al acabar me encontré con sangre fresca encima de las manchas resecas del lavabo. Como siempre fue la manga de mi camisa la que paró las pequeñas hemorragias.

Salí de casa, camino del bar donde siempre iba a desayunar. Mi angustia vital iba creciendo al ver a la gente caminar por la calle. Todos tenían unos quehaceres, un trabajo donde ir, una familia que cuidar, unos amigos con los que quedar. Todos menos yo: misántropo obligado.

Al salir de la cafetería caminé hacia un parque cercano. Era el mejor lugar para detestar el mundo en todo su esplendor: niños, seres prácticamente irracionales que crecen dentro de la burbuja de papá y mamá, dónde nadie nunca les podrá hacer daño, protegidos de todo mal; adolescentes que hacen pellas, criajos estúpidos que piensan que algún día el mundo será suyo mientras se besan en los bancos o se regodean en pandilla de sus actos; ancianos, viejos acabados que ocupan sus últimos años viendo pasar la vida plácidamente, pensando que algo de lo que han hecho ha sido de provecho. Que asco, que vomitivo asco me dan todos y cada uno de ellos. Malditos hijos de puta.

Paseaba cerca de un pequeño estanque, pensando en lo repugnante de la vida, cuando vi aparecer a un chico a lo lejos. No pasaría de los 20 años, caminaba deprisa, como si no quisiera perder ni un segundo, como si cada instante en su vida fuera valioso. Y le odie. Le miré fijamente, observando todos y cada uno de sus rápidos pasos. Él también me miraba, directamente a los ojos. Le odie aún más.

“Gilipollas”, me espetó al pasar a mi lado. Entonces algo empezó a arder en mi, algo dentro, muy dentro. Aquel sentimiento me quemaba y durante unos instantes me quede quieto, con la mirada vacía, regodeándome en mi propio dolor.

lunes, 29 de octubre de 2007

Perfección

Todo olía como él. Desde que abrió la puerta, dejando sus cosas en el suelo, mientras fregaba la pila de platos, y más aún cuando cerró tras de sí la puerta de su habitación, el perfume de su piel, impregnado por todas partes, le perseguía.

Su pituitaria era la encargada de evocar todas y cada una de las escenas producidas en las últimas horas: y todo era amor y todo sonrisas de felicidad y miradas cómplices y caricias eternas y besos regalados, y robados, y horas de sueño compartidas.

Al hacer memoria recordó detalles, pudo reproducir con total fidelidad el sonido de su risa, su respiración tranquila mientras él dormía y ella se peleaba con Morfeo porque aquella noche se negaba a caer en otros brazos que no fueran los de él.

De todo aquello, ahora, sólo le quedaba una camiseta, un disco de Pearl Jam y una eternidad de recuerdos casi perfectos.

Y hubieran sido perfectos si ella no se dejara una y otra vez las misma putas palabras en el tintero.

viernes, 26 de octubre de 2007

¿Qué? No, yo no he oído eso. No sé de qué me hablas.
No, no eran mis pasos los que sonaban huecos por la acera.
Lo siento, no era mi voz la que susurraba tu nombre mientras unas manos que no eran las mías repiqueteaban en tu puerta.
No, no eran mis ojos asustados los que te encontraste al abrirla, ni fueron mis lágrimas las que se enjugaron en tu camisa.
No fueron mis balbuceos los que consolaste mientras rodeabas unos hombros que no eran los míos.
No fue mi clavícula lo que acariciabas con tu dedo, esperando ansioso el momento para atacar.
No fueron mis labios los que se rindieron sin concesiones a los tuyos.

¿Y sabes por qué? Porque no nací para cumplir tus sueños.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Días felices

Las paredes moradas envolvían un ambiente colapsado por el humo de los cigarros. El bar no estaba demasiado concurrido, era una de esas pocas veces en las que se podía disfrutar sin sentirse agobiado por el calor desprendido por los demás humanos.

Acabábamos de pedir una ronda más, kalimotxo para todos. Muse sonaba con una extraña sordidez.

El hombre posado sobre la puerta pasó desapercibido, al fin y al cabo, cualquiera pasaría siempre desapercibido en aquel lugar. Sin dejar de mirar al frente, sacó de debajo de su abrigo negro un fusil de asalto y ante la mirada incrédula de los pocos que se percataron empezó a disparar a bocajarro.

Los chillidos se sucedieron. Una algarabía de voces agudas y desesperadas tapaba el sonido de los altavoces. Él, sin moverse, iba dando muerte a todos y cada uno de los que trataban de salir corriendo esquivándolo, e incluso a los que trataron de reducirlo. Su posición, cercana a la única salida le daba todos los privilegios que necesitaba para realizar su carnicería.

Nosotros estábamos en la esquina, acurrucados. Parapetados entre la barra y una de las paredes. El miedo nos impedía gritar. Yo notaba como los demás hacían presión, con la esperanza de que no nos viera. Mi situación, con la espalda en la pared era terriblemente incomoda, ya que estaba apoyada sobre el ángulo recto de las dos esquinas y la fuerza ejercida era tan grande y el dolor era tan fuerte que temía que mi caja torácica reventara como una nuez.

Por primera vez la sangre me salpico y pude ver como la cabeza del camarero, colgaba de nuestro lado de la barra y como de un orificio en medio de su frente emanaba la sangre y algo de masa encefálica.

Fue ahí cuando supe que iba a morir.

Debido al volumen de la música no oímos los pasos del asesino, acercándose cada vez más a nosotros, pero pude ver entre el resto como paraba ante nuestros aterrorizados ojos, dedicándonos una mirada, antes de vaciar el cargador.

Cerré los ojos, esperando, durante unos segundos que se me hicieron eternos, la llegada de mi turno. De algún modo ansiaba sentir un dolor intenso durante milésimas y luego la nada. Notaba como la sangre calaba entre los cuerpos hasta llegar a mí. Sobre mi cara cayeron pedazos de carne arrancados por la violencia de las balas.

Contuve la respiración. No sé por cuanto tiempo. Cuando me atreví a abrir los ojos me vi sepultada por la pequeña montaña de cadáveres que eran mis amigos. La histeria me dominó por unos segundos, hasta que pude quitarme de encima todos los cuerpos. Me puse en pie. El suelo era un mar de sangre y vísceras, las paredes mostraban trazos rojos y agujeros de bala sobre el morado inicial. Una chica, con un balazo en la cabeza, se convulsionaba en el suelo, traté en vano de tomarle el pulso. Los espasmos post-mortem aún duraron unos segundos.

Una horrible versión del make me smile atronaba la improvisada morgue.

lunes, 22 de octubre de 2007

Del color y otros demonios

¡Morenas! ¡¿Morenas?! ¡Oh, Dios mío, le gustan morenas! ¿Qué? ¿Qué hay de malo en las demás?
Dios…. Vaya asco. Además yo.... Yo.... ¡Yo soy teñida! Soy artificial, llevo una máscara color rojo violín ultravioleta 585 de Schwarzkopf. ¡Soy una mentira! ¡Sólo trataba de buscar un estereotipo! Sólo trataba de ser distinta, sin salirme demasiado de los cánones. Y ahora esto…. ¿Qué va a ser de mi?

Si al menos fuera como en mi niñez. Tan rubia, tan adorable, tan naïf. Pero claro.... Tuve que crecer, tuve que hacerlo, y perdí mi cabellera rubia. Todo se fue al traste, el pelo, poco a poco, se me fue oscureciendo y, claro, me volví....¡coño! Morena.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Tardes de otoño

“¿Cuánto te duele?”
“Mucho”
“¿Mucho como una patada en la espinilla?”
“Más. Mil veces más”
“Vaya, pues si que es raro el amor”

martes, 16 de octubre de 2007

Kill -9

Hacía algo menos de un mes que lo habíamos dejado. Miento, me había dejado. El por qué da igual.
Ya daba igual entonces.

Me sentía miserable en extremo. Había sido demasiado tiempo, demasiadas cosas en común como para no sentirme así. Estaba desolada porque ya no lo tenía entre mis brazos.

Fue entonces, el día que se cumplía un mes de mi desgracia, cuando me percaté de que había una falta en mypyriod.txt. Achacándolo a la montaña rusa emocional en la que vivía sumergida no le di demasiada importancia.

Pero al ver que el tiempo pasaba y la sangre no inundaba mi entrepierna fui a la farmacia e hice lo propio.

El mundo se me vino encima al ver aquella puta banda rosa.

Le mandé un mensaje. Era imposible para mi mantener una conversación, con sólo oír su tono de voz se agolpaban en mis ojos todas las lágrimas que aún me quedaban por llorar. Y eran muchas.

Sólo quería la mitad del dinero. No quería ni su compañía, ni su comprensión. Tampoco quería un abrazo reconfortante, pues de haberlo recibido hubiera querido morirme en sus brazos. Así, diez minutos después de la hora acordada y en un lugar que era cualquier otro menos el de costumbre aparecí dispuesta a coger el dinero y marcharme. Y así lo hice, sin un ‘hola’, sin mirarle a los ojos, conteniendo la respiración.

Pero necesitaba un padre, aunque fuera uno de pega. Aunque fuera simplemente para ver una cara conocida antes de que me aspiraran las entrañas e hicieran desaparecer todo vestigio de vida.

Así que hice una llamada. A mi bala perdida, al que nunca me falló, al mayor error que nunca cometí. Sólo me hizo falta decirle una frase: “Quiero matar a mi primogénito”.

Paso a recogerme por casa, caminamos hacia la clínica cogidos de la mano, mientras con la otra yo acariciaba mi barriga. No sé por que lo hacía, en menos de tres horas ese embrión estaría en un cubo de basura. Pero ahora estaba dentro de mí y, aunque yo fuera su verdugo, algo dentro de mí me obligaba a protegerlo mientras siguiera creciendo en mi útero.

Me pusieron una vía, mientras yo miraba hacia otro lado. Él cogía mi mano en silencio. Las enfermeras pensaron que era el padre.

Antes de entrar en el quirófano lo miré una última vez. Nunca jamás envejeció ni un ápice, ni siquiera cambió nunca: su eterno luto, sus pendientes, su nariz equina y su piel, portando los tatuajes que nunca me gustaron.

Una noche de observación y un alta después salí de la clínica. Despedí a mi acompañante con el real pretexto de que me apetecía caminar sola. Tomé un par de calles en dirección a un parque, inconscientemente mi mano se poso sobre mi vientre, ya vacío. Como estaba pensando en el ser humano asexuado que acababa de matar no oí el pitido del coche que se aproximaba hacía mi al cruzar la calle. Ni el pitido, ni el frenazo, ni el golpe.


Bastará decir que no pudieron abrir el ataúd en mi funeral.

martes, 9 de octubre de 2007

Corazón

La palabra sonó con tanta fuerza en mi cabeza que parecía que en aquella estancia solo nos encontráramos ella y yo. Reverberándose una y otra vez, desmontando a golpe de acústica todas y cada una de las piezas de mi armadura.

Una grieta temporal se abrió entre mis ojos, como un hachazo que me partiera la cabeza. Y rápidamente se extendió hacia los confines más oscuros de mi cerebro, tratando de posicionarse en el lugar exacto donde escuché por última vez aquel vocablo.

Tardé bastante rato en situarme. Mientras, mi cuerpo se iba dividiendo en dos.

Cuando al fin lo conseguí, una parte de mi no era más que un pedazo de carne inerte que yacía sobre el suelo. Mis rodillas dejaron de sostener al resto de mi ser y aún era consciente cuando mi cabeza chocó contra la mesa. Mis ojos vidriosos percibieron el segundo golpe, seco, contra el suelo y noté como la sangre que emanaba de mi sien me calentaba la mejilla y penetraba por mi oreja.

Mi otro yo, ese que vagaba por mi cerebro, se acababa de encontrar conmigo misma, en una calle cualquiera, saliendo sonriente de un portal. A mi lado, (o a su lado), un chico: veintipocos años, pelo largo, perilla, igual de sonriente. Me los quede mirando, (a mi misma y mi compañia). Antes de doblar la esquina, ella, (yo), preguntó: “¿Dónde vamos?” y él, sin dejar de mirar al frente, contestó: “Corazón, ¿ya no te acuerdas? Hemos quedado”.

lunes, 8 de octubre de 2007

Pudo...

Puede que sea cierto eso de que te quiero. Aunque no quiero creerlo, aunque creo que no puedo. Y aun si pudiera no lo haría. Hacerte el amor en otro amanecer. Amanecer contigo en mi cama tibia. Como tibia estaba tu piel aquella noche. Y todas las noches vuelven sus fantasmas. Fantasmas que me asustan. Como me asustaba la cercanía de tus labios. Mis labios arden por culpa de tus ojos. Tus ojos vacilan ante mi paso. Mi paso tiembla ante tu persona. Tu persona es el centro de mi yo.

Y yo estoy sola.