miércoles, 27 de octubre de 2010

Vente a Alemania, Pepe.

“Veniros a Alemania, os aseguro que allí todo está mejor”. Llevo diciendo esa frase desde hace mucho tiempo y ahora al leerla, me doy cuenta de que tiene más sentido si esperas a decirla cuando ya estás allí.

Y a eso voy.

Para irse a Alemania se necesita algo, que aunque parezca obvio y simple, es indispensable para llegar allí. Se necesita otro país. Uno de partida. Ese al que se llama patria u hogar y cuyos usos y costumbres ya conocemos, donde llevamos años más o menos acomodados y donde están nuestros familiares y amigos.

Y son esos familiares y amigos los que, en realidad, conforman tu patria y tu hogar. Y te va a dar igual que en tu país se coma tortilla de patata y la siesta sea deporte nacional. Tu echaras de menos la tortilla de patata de tu madre y, no tanto, los ronquidos de padres y hermanos esnucados en el sofá. Eso es lo que vas a añorar.

Eso es lo que yo ya añoro.

Normalmente, uno espera que la vida en otro país le abra los ojos y le haga cosmopolita. Y me doy cuenta de que, hace siete años llegó a la Innombrable ciudad una salmantina que conocía algo de lo que había fuera de las fronteras y pensaba que ya lo sabía todo y ahora, con 23 kilos a la espalda y equipaje de mano, embarcará en algún lugar de la T4 una salmantina, con un poco de leonesa, un poco de zamorana, un poco de burgalesa, un poco de madrileña, un poco de catalana y hasta un poco de extremeña. Una salmantina que es un poco de muchos. Una salmantina que es consciente de todo lo que tiene que aprender.

Así que ahora, que me voy a conocer el mundo y a añorar a mi patria, gracias a todos por hacer de esta última un lugar grande y confortable por el que llorar al marchar.

martes, 29 de junio de 2010

The weird night

Pese a todos mis esfuerzos sabía que no me iba a dormir. Sabía que de ninguna de las maneras iba a poder mecerme en los brazos de Morfeo por más que me empeñara. Tenía demasiadas cosas en la cabeza, demasiados problemas sin resolver, demasiadas inquietudes, demasiado miedo y desazón.

Aún así me empeñaba en cerrar los ojos y dormir. En dar vueltas y taparme y destaparme y abrir los ojos dándome cuenta de que había dado una vuelta entera a mis problemas y había llegado al punto de partida.

Decidí abrir la contraventana, "que no sea por el calor", me dije. Como si mis idas y venidas tuvieran lo más mínimo que ver con la temperatura. Y con mano decidida agarre el pomo, lo levante hacía arriba y tire hacía dentro para notar un poco del frescor de la noche. Todo esto sin darme cuenta de que mi cara y más cerca aún, la sutilmente prominente nariz, heredada de mi familia, estaba en perfecta linea recta con la trayectoria de la dichosa ventana. Ahora me duele al apoyar las gafas.

Dolorida e indignada me revolví en la cama. Asada como un pollito y recalentándome el cerebro con las mismas cosas una y otra y otra y otra vez. Me dí cuenta, en un momento indeterminado entre las dos y las tres, de que había un niño llorando. Y luego otro. Y luego más fuerte. Subí la persiana y abrí la última de las dos ventanas y lo escuché claramente: dos niños aullando como hienas y yo incapaz de localizarlos debido a la estrechez de la calle y a la reverberación de sus propios gritos.

No solo me asome yo. Se asomo también la que resulto ser la vecina de arriba. Y una señora que pasaba por la calle, aprovechando la ventana abierta, preguntó a los niños si estaba su mamá en casa. Yo no oía las respuestas de las criaturas, pero solo quería que su madre o padre o tutor legal apareciera y les hiciera callar, aunque sólo fuera por la agonía que me estaban causando. Luego me empecé a imaginar escenas terribles, con la madre muerta en mitad del pasillo y el mayor de los pequeños rogándole que volviera a voz en grito.

Y después me recordé a mi. En el balcón de mi casa. Sola con un montón de gente en la calle. Aullando de pavor porque me habían dejado sola en casa. Muerta de miedo. Perdida, pensando que nadie jamás volvería a buscarme. Absoluta y desesperadamente desamparada mientras en mi tierno cerebro se gestaban imágenes de mi familia desaparecida o muerta.

Al final escuche las voces del padre, gritándole al mayor. Él, todavía reclamando a su madre entre sollozos y sorber de mocos.

No sé cuanto tiempo estuve así. Mirando a la anaranjada calle, tratando de adivinar qué pasaba detrás de las cortinas ondeantes.

Cuándo me quise dar cuenta levanté la vista en acto reflejo. Y allí estaban ellos, mejores que nunca, tan preciosos como siempre. La oscuridad de los tejados expandiéndose a mi vista. Todas las antenas estáticas, la mayor parte de las luces apagadas, el cielo claro mostrándome la osa mayor que crece, siempre perenne, frente a mi ventana. Y me sentí como siempre. Sola, tan sola como que no había nadie en diez kilómetros a la redonda, a pesar de que mi madre estuviera dos habitaciones más allá. Sola como antaño. Sola como siempre, descubro hoy. Desesperadamente sola, francamente sola. Solamente acompañada por ese extraño olor a humedad de tormenta que de vez en cuando se cuela por mi ventana. Sola de la mano de todo el mundo. Sola. Y un segundo después, absolutamente acompañada.

Y así me encuentro ahora. Mejor que nunca, peor que siempre. Sola, escuchando a unas mujeres rumanas gritar en la calle, viendo como el camión de la basura se va y viene recogiendo los despojos que tienen por vida algunos seres humanos, con mis tejados, con mis antenas, con Peter Pan y con Ella. Sola. Y con todos los demás.


'Because tonight I'm going to show you
How the night it never never never ends'

lunes, 19 de abril de 2010

Nissan Vanette

Nunca ha habido tanta felicidad en un vehículo de motor.

De pequeña me pasaba en ella los fines de semana, las idas y venidas a los pueblos de mi padre y de mi madre. De hecho, y aunque ahora me sonroja la vergüenza al escribirlo, al coger la salida de la comarcal yo sacaba la cabeza por la ventana y me ponía a cantar las canciones de Grease a pleno pulmón y en un inglés que aún no sabía.

Solían acompañarme también amigos imaginarios que solo existían para los trayectos. Si me aburría sólo tenía que mirar por la ventana Y Zack Morris y el resto de Salvados por la campana aparecían en un Ferrari Testarrosa conduciendo en paralelo a mi. Y zack me guiñaba un ojo y kelly se ponía celosa.

Y cuántos kilómetros de vacaciones recorridos, cuántas noches hemos pasado allí durmiendo, cuántas puestas y amaneceres he visto a través de su luna. Y seis eramos, nada menos, 6 durmiendo como podíamos extendiéndonos en la parte destinada para el equipaje, enredados por ese perenne olor a pintura y a colamina.

Con ella atropellamos a Chispa, que no murió, que salió adelante para acabar tirándose por la ventana de un quinto. Y por su ventana se escapo Calimero primero, el primigenio de todos mis Calimeros. Escapo para luego volver a entrar y posarse de nuevo sobre el hombro de mi madre y para finalmente morir enredado en la leñera de la casa del pueblo.

Y en ella me hice mayor.

Me daba vergüenza que me vieran en algo tan destartalado y viejo. Pensaba que si algún compañero de clase me veía montada en ella se reiría de mi y yo, por dentro, me sentía peor que mal. Sentía que estaba traicionando a ese lugar que tanta felicidad me había dado.

Y aún me daba.

Porque me llevaba al pueblo en verano. Y con ella veía marcharse a mis padres, dejando sola una casa que yo llenaría de algarabía, cafés, humo y de alcohol.

Y su agudo y extraño ronroneo que me hacía reconocerla de entre todos los coches, camiones, motos y furgonetas del mundo. Que me llenaba de alegría a veces, otras de pena y otras de la indiferencia que da saber que siempre había estado allí.

Mi padre compró aquella furgoneta de segunda mano el año que yo nací. No recuerdo si tenía dos caballos o 15, pero puedo asegurar que no tenía más, aunque la he visto a 160 por la autopista de Levante. Y que hermoso era el solo a través de sus cristales.

Y hoy, a mis 23 años de edad, ha aparecido calcinada en un descampado. La han usado para un robo y después la han quemado.

Y yo sólo quiero encontrar a los hijos de puta que lo han hecho para también prenderle fuego a algunos de sus mejores recuerdos.

domingo, 28 de febrero de 2010

Solía cazar

Antes solía ir a cazar.

Cada fin de semana se producía la misma ceremonia: levantarse de la cama tibia para ser acuchillado por el frío. Lavarse la cara con el agua helada y después vestirse adecuadamente para la ocasión, los calcetines gruesos, los pantalones de pana, las botas de montaña, camisa y chaleco. Tras eso un buen desayuno, coger a la reina de mis ojos: mi preciosa escopeta a mi perro de caza y salir de casa.

Disfrutaba mucho agazapado en silencio entre los matorrales esperando a que saliera alguna posible pieza y sentir el nerviosismo del chucho cuando sentía cosas que yo sólo era capaz de intuir.

Ah! Y que felicidad era batir un animal. Saber que unos minutos antes gozaba de una saludable vida y que tras mi disparo lo único que quedaba era su cuerpo, aún caliente, entre mis manos.

Quizas por eso aunque la caza me gustaba también disfrutaba enormemente de una ceremonia, digamos.... secundaria. El cuidado de mi escopeta. Durante toda la semana la limpiaba y la preparaba sabiendo lo valiosa que era, ya que sin ella no podría dar caza a ningún animal.

Pero he hay que me enamoré y me casé y a mi señora.... no le gustaba la caza. Así que como fiel enamorado, guarde mi arma, amanse a mi perro y tiré la ropa con la que tan buenos tiempos había pasado.

Digamos que nunca lo he echado de menos, digamos que he sido feliz y que no habría cambiado ningún día de mi vida de matrimonio por una sóla cabeza disecada más reposando en mi salón. Digamos que todo ha ido bien y que la quiero.

Y porque la quiero espero que me disculpe, espero que comprenda a este pobre viejo. Espero que sepa perdonar que todas las noches limpie y mime un poco a mi preciosa arma de caza.

lunes, 15 de febrero de 2010

Despedidas

Creí que podía correr más o al menos tanto como el tren.

Creí que podia permanecer al lado de la ventana, para que pudieras ver mi cara, iluminada, a lo largo de recorrido.

Creí que podía ser tan rápida que llegaría antes que tú y podría recibirte con ese beso y ese abrazo que te mereces cada segundo.

Pero lo cierto es que todo eso es imposible.




¿Entonces por qué lo sigo creyendo?