lunes, 15 de septiembre de 2014

Eifersucht

Me iba a inventar una elaborada excusa. De verdad que lo iba a hacer. Pero me ha dado por pensar por qué debía inventarme una excusa. Y me he dado cuenta de que el único motivo que me lleva a hacerlo es para no herir tus sentimientos. Y entonces.... entonces me ha dado por pensar por qué cojones no tengo que herir tus sentiemientos. Y no he encontrado ningún porqué.

Así que ahí está la verdad cruda, pura, quizá doliente, (sobre todo para ti), pero liberadora, (indudablemente para mi). La verdad es que no quiero verte. Ni siquiera de soslayo. Ni intuirte en la lejanía. Pero no pienses ni por un momento que me molesta tu existencia o tu interacción con los demás. No. Eso me da igual. Como me da igual que seas feliz o estés triste. Como me da igual cualquier otra cosa que pertenezca al ambito de lo tuyo.

Lo justo ahora, aunque terminos como la justicia al mezclarlos contigo se me comporten en la boca como el agua y el aceite, lo justo ahora, digo, es explicarte que hacemos tú y yo en medio de este hermoso jardín. Jardín de mierda. Y lo que hacemos no es ni más ni menos que existir: yo con el estómago reventado de tragarme sapos de todos los colores y tamaños y la bilis amarga irrumpiendo en mis venas e injectandoseme en los ojos y tú haciendo las cosas que sea que hagas. Y si te preguntases no sólo qué hacemos aquí sino por qué estamos aquí entonces entramos en la devoradora dinámica de las elaboradas excusas, del proteccionismo y del amor al prójimo. Si las personas dijeran lo que piensa con humanidad en lugar de mentir para remendar con piedad la realidad cambiante no estaríamos así. Pero a todos nos cuesta mucho menos soltar una falsedad agradable que una verdad incomoda. El problema es que cuando lo hacemos sólo nosotros sabemos qué es mentira y qué es verdad y el receptor, si descubre el fallo, se siente ultrajado y quiere tomarse la justicia por su mano. Pero siempre hay alguien dispuesto a mentirle de nuevo y pararle los pies. Y así nos va. ¡Ay! si me hubieras pillado hace 10 o 12 años.... Añoro tanto que todo me importe una mierda.

martes, 22 de abril de 2014

Herencia



Lego todos mis bienes a mis herederos universales, si los hubiera.

Poseo una tristeza sempiterna con la que he aprendido a convivir. Una colección de lágrimas infinitas con las que expresar multitud de sentimientos, al menos hasta que se me seque el lagrimal. Se halla también en mi poder una depresión recurrente que hunde mi estado de ánimo a las cotas más altas de miseria y que me distingue de la vasta masa homogénea de la humanidad al despojarme de toda dignidad y todo vestigio de amor propio.

Poseo también una innumerable colección de derrotas, las cuales he mantenido lo más ocultas posible a la opinión pública por miedo a empeorarlas. Dichas derrotas abarcan ampliamente el espectro vital, siendo sin duda las más dolorosas aquellas referidas indudablemente a la capacidad de alcanzar objetivos. A la capacidad de cumplir sueños. A la capacidad de ser yo misma.

Poseo, aunque sea intangible, un poder de castración digno de estudio. Dicho poder me hace maleable a la cotidianeidad adaptando mis deseos a la bajeza de las situaciones, haciendo que no desee más allá de lo que puedo conseguir. Haciendo que no luche. Haciendo que cualquier esfuerzo, por ínfimo que sea, sea demasiado. Alejándome de la realidad. Volviéndome mediocre.

Poseo una mediocridad extraordinaria. Basada, principalmente, en una cobardía execrable y en la incapacidad para la confrontación. Sobre todo con la gente que se lo merece. Esto revierte en un comportamiento típico de animales huidizos.

Poseo una pena enorme. Un agujero negro capaz de devorar cualquier buen recuerdo y devolverlo en un tono sepia, para que pueda vivir de él largo tiempo. Alimentándome de mi propia carroña. La toxicidad mental a la enésima potencia.

Poseo una excepcional maña para vivir en el pasado, para que sólo cuente los veintipocos primeros años de vida. Haciendo que mi cerebro olvide lo demás y creando un vacío de memoria que ya dura varios años.

Poseo una piedra con la que siempre tropiezo. La misma vanidosa y puta piedra de siempre.

También recurrente es el miedo a vivir que poseo. Y el dolor punzante en el pecho que azuza a esas lágrimas que ya he inventariado. Ese no poder maquillado con un querer al que se le escapa las fuerzas por cada una de las aristas que lo componen.

Poseo, finalmente, un alma, desconozco si inmortal. Un alma,que sufre y se descompone, y se marchita con cada día que pasa. Un alma que guarda vagamente la esencia de lo que un día fui y quise ser. Un alma que se resquebraja y envenena por mis actos, por mis escasas virtudes y por mi. Un alma, que al fin y al cabo, es la única que me ayuda a buscar cordura y que en momentos como hoy me obliga a escribir.

En caso de que no haya herederos universales, lego todos mis bienes a mis enemigos, al fin y al cabo, ellos siempre supieron como triunfar sobre mi.

lunes, 31 de marzo de 2014

The right way to do wrong


Hace mucho tiempo aprendí que la mejor manera de volver a la superficie es llegar al fondo cuanto antes y coger impulso. También aprendí que la eficiencia de ese camino lleva consigo un precio. Precio que normalmente implica daño en diferentes órganos, como la piel o el corazón.

Para aquellos que no somos expertos del mantenimiento a flote, aquellos que a menudo nos pasamos más tiempo del que debiéramos debajo del agua, hay una sensación que pocas veces se aleja lo suficiente como para perderla de vista. Es como una película que se adhiere a nuestra piel, y huele a derrota. Y a tristeza. Y a menudo se siente como un dolor desgarrador del que no se puede definir el foco. Está aquí, y ahí, y al final del día, muchas veces, está en todas partes. Y los colores, los maravillosos colores, desaparecen. Y todo se vuelve gris. Y se empieza a pensar en negro. Y al final, forma parte de ti.

Esta vez yo me veo bajando muy rápido, involuntariamente he de aclarar. Hay una piedra enganchada a mis pies. Y un candado que además de asegurar mi caída se siente como una maldición. Maldición recurrente, pero cada vez más grande. ¡Maldita maldición!

Sobre volver a la superficie sólo tengo vagos pensamientos. El primero de ellos es que si el descenso es tan rápido como parece tendré más oxígeno para enfrentarme a la piedra y al candado. Todos los demás se centran en si realmente quiero hacerlo. Si merece la pena, sintiendo como siento, que no duraré mucho en la superficie. Si quiero volver a ver los colores, aunque sea un instante. Si realmente anhelo ser un Houdini emocional....