martes, 14 de mayo de 2019

Diga Treinta tres

Cuando tenía nueve años y llego el día de mi cumpleaños estaba triste de una manera bastante incomprensible para alguien de mi edad. Si bien la ilusión de todo niño es cumplir años para crecer y seguir descubriendo y experimentando el mundo que le rodea, mi ilusión así lo era, también es cierto que entendia que pasar a tener dos digitos en la edad marcaba el principio del fin. No mucha gente llega a los cien.

Más recientemente, aunque a miles de años y de kilómetros de donde estoy ahora, al cumplir los diecinueve, recuerdo estar en la cocina de mi casa, pensando en no salir. Entonces llegó mi hermano para reirse de mis absurdos problemas y mostrarme que siempre podría ser peor. Abrió la llave del gas de la cocina mientras me miraba, empujandome a observar de cerca a esa muerte que tan aburrida me parece. Demostrandome que es imparable y que algún día sucumbiré ante el sopor de no poder hacer nada más como ser vivo. Y me fui de fiesta. No todos los cumpleaños caen en viernes.

Y ahora aquí. Este ahora que será pasado para la próxima vey que lo lea. O que lo leas tú. Incluso ahora mismo ya es pasado. El tiempo transcurre, los días transcurren, igual que los meses y los años. Y también las vidas. Soy un suspiro. Estoy viva durante un tiempo que al principio parecía eterno, pero que se acelera y se vive cada vez más rápido. Hasta que un día ya no me mueva más.

Pero por ahora me muevo. Y lo más divertido.... no sé hasta cuándo. Un detalle importante para no dormirse en los laureles. Para pensar a menudo en si de verdad hago lo que quiero. En si lucho por conseguirlo. Si me gusta mi compañía, la gente que me rodea. O aún más importante: si me siento orgullosa de esa cara que veo en el espejo al lavarte los dientes.

Esa incertidumbre del tiempo me lleva a atesorar momentos. Los chupitos de camaradería en Holler, tanto con camareros como con amigos. Las noches entre semana en las que quedamos a beber cervezas y a comentar los eventos pasados. Cada uno de los ovillos que he hecho con mi cuerpo en el regazo de mi madre para que me rasque la cabeza mientras vemos la tele. Las fiestas de mi hermano dónde casi nunca están todos los que son, ni son todos los que están. Mis cenas de sopas chinas y como me quedo inmovil al acabarlas pensando que voy a vomitar si me muevo. Cada uno de los momentos en los que una canción se convierte en un himno para mi. Cada una de las veces en las que he sentido amor y devoción por alguien. Cada una de las veces en las que pensé que ya no quería querer a nadie más. Y, por supuesto, las grandes pinceladas que me han hecho llegar hasta aquí y los terribles hostiones que me han hecho ser quien soy. Es necesario hacer un repaso cada poco tiempo a esta lista, para comprobar si estoy perdiendo el norte y, si es necesario, tomar medidas para no perderme ninguna de estas cosas.

Es curiosa la cantidad de gente en una fina y enmarañada linea que ha tenido que sobrevivir hasta cierto punto en sus propias vidas para que yo esté ahora aquí. Y sin quitarle mérito a nadie, diré que por supuesto, incluyéndome a mi. Así que, no sé... Supongo que tengo que seguir haciendo lo que me haga feliz. Y si no sé muy bien qué es, tendré que descubirlo, como cuando uno es pequeño. Al fin y al cabo.... No todos los días se cumplen treinta y tres.



miércoles, 8 de mayo de 2019

N2

Llevo días tratando de aceptar que hay distancias insalvables. Que el momento no fue el oportuno. Ni el lugar. Ni las circunstancias. Llevo días tratando de arrasar con lógica cualquier vestigio de extraña esperanza. Y tú llevas el mismo tiempo colándote por las grietas que el peso de mi sentido común horada en mi cabeza.

Al principio pensaba que mi mente ociosa había sido el campo de recreo del demonio pero ahora ha pasado el tiempo y sé que no es así. He repasado tanto nuestras conversaciones que sería capaz de decirte de memoria que frases de las que pronuncié cambiaría gustosa por sentirte más cerca. También hay una serie de escasos recuerdos a los que me aferro y que muestran a los ojos más objetivos con los que pueda mirar que había un insólito afecto entre nosotros. Y en algunos momentos me pregunto si fue algo pasajero o si aún lo hay.

Tomé la decisión de entender que es un caso perdido. Primero porque no sé lo que piensas. Segundo porque aunque lo supiera poco podría hacer con este destino inamovible que es el presente. Entonces me acabé el libro que me regalaste. Ese que me desagrada por su falta de palabras, por la escasez de adjetivos y porque deja al lector huérfano con su imaginación. Y lo último que me encontré fue un reencuentro y un beso descrito por Henry Miller. Un beso dibujado en varias líneas, ricamente adjetivado y del que cada una de las palabras que lo componían me dolían en un corazón que llevaba tiempo sin sentir. Me imaginé como una liebre que corre veloz, a la que un ave rapaz intenta cazar pero cuyas garras fallan, tumbando y confundiendo a la liebre.

Busco dejar de pensarte y sin embargo te tengo presente a cada rato. A veces me abandono y divago con el consuelo de que quizás me aburra y desaparezcas. Pero no sucede. Dejo pasar los días con la promesa de no saber de ti y la dolorosa ilusión de tener noticias tuyas. Mi gozo está en cada uno de los dos platos de la balanza y eso hace imposible huir de la pena.

Agua.