lunes, 8 de diciembre de 2008

Memories.... misery

¡Pero cuánta mierda!

....

Cuánta mierda, sí. Es abrir el cajón de los recuerdos y encontrar un montón de puñales, de palabras que exhalan podredumbre, de mentiras, de dolor. Y si solo fuera eso.... Pero resulta, ¡y es increíble!, que van de la mano con muchos de los momentos más felices de mi vida.

Y no puedo olvidar. Ese es mi castigo. Soy incapaz de hacer que se pierdan, en el infinito espacio de mi memoria, todos esos momentos, ¡buenos y malos! ¡Ya me da igual!, todas esas experiencias que hicieron que sea quien hoy soy.

Quiero mirar el sol del amanecer sin recordar que hubo otro más brillante, sin pensar en ese otro que tenía más nubes pintando el horizonte, sin comparar si en algún otro fui más feliz.

Pero no puedo conseguirlo. Siempre me acompañaran las palabras, los diálogos, los sueños que perseguí y que abandoné, los cuchillos por la espalda, las copas en compañía, el áspero vino cayendo a solas por mi garganta, la soledad del atardecer. Siempre me acompañaran, ¡No, no me acompañan, me persiguen!.... siempre me perseguirán esos tantos otro yo que un día fui.

Sólo espero que llegue el deseado momento en que sea incapaz de recordar que esa maravillosa ciudad, que se levanta en el horizonte, es Berlín.

lunes, 24 de noviembre de 2008

La mujer que casi apreció al hombre que casi conoció a Michi Panero.

Se metió en mis oídos a la altura de un mayo. Uno de esos mayos ya pasados, uno de esos mayos que confundo temporalmente con todos los demás, a pesar de poder enunciar día a día lo que sucedió durante su transcurso.

Le había negado reiteradas veces. Me había negado a dejar que sus letras melancólicas me perforaran el tímpano a través de los cascos de mi mp3. Sin embrago, en mi carpeta de música descansaban, aún vírgenes, la mayoría de sus discos.

Así había sido siempre. Y así debería de haber seguido siendo. Pero como dije, aquel mayo el destino quiso que mis errores, un montón de errores, cada uno con su cronología, cada uno con su segundo exacto, cada uno con una imagen mía: las orejas gachas, el mentón cansado reposando sobre mi puño cerrado y una pregunta repetida, "¿Por qué?". Y tras ésta, otra imagen: mis pasos pesados y terribles andando en línea recta perfecta hacia el siguiente error.

Así uno a uno, pasito a pasito, llegué al punto donde encendí el ordenador, abrí la carpeta de música y tuve, como gran idea, hacer "click-click" sobre una canción de ese hombre.

Mi cabeza agotada de buscar soluciones a todos mis errores no prestó la atención adecuada a lo que escuchaba. Y sin tener en cuenta mi opinión decidió que podría llegar a gustarle, que podría no ser tan malo.

Con dos paquetes de cigarrillos al día y sus letras en mi cabeza, tomé la autodestrucción por bandera y me sumí y consumí a base de preguntarme qué coño fue lo primero que hice mal. Con impotencia, sin moverme apenas para no joderla más, pasaba los días entre humo y acordes. Así acabó aquel mes de mayo.

Tras recomponerme del golpe, tras cerciorarme mil veces de que no había habido errores, tras sentirme ultrajada, usada y sin usar, como una puta muñeca hinchable que compras pensado que por fin vas a conseguir follar todos los días y con la que no eres capaz ni de correrte la primera vez porque, aunque tarde, comprendes que no es lo mismo que follar con una mujer. Tras sentirme tan mal que por primera vez en mi vida me sentí sucia.... y llena de ira tal vez, tras todos esos días que formaron el mes de Junio me paré a pensar en él.

Pensé en sus letras, en sus acordes, en sus canciones tristes, siempre tristes. En esas rimas que sólo riman en la cabeza y me di cuenta de que no era para mí. Que estaba vacío, que no me sentía identificada y que nunca lo haría. Que mis guerras no serían las suyas y que mis vivencias, por ser eso: vivencias, nunca se parecerían a lo que el predicaba.

Además.... siempre me recordaría al hijo de perra que me jodió un mes de mayo.

jueves, 23 de octubre de 2008

Congoja

La desazón de no tener penas propias, de no poseer lágrimas enteramente tuyas. La tristeza porque es triste, aunque no sea tu guerra.

Todo la pena que cabe en 10 plantas de paredes manchadas de gotelet. Toda la rabia que contengan todos los goteros que irrumpen en todas las venas.

Todas las caras tristes y demacradas y ausentes, todas las miradas perdidas, las sonrisas vacías, los corazones parados....

Toda la gente: transeúntes y residentes, los que se afligen por diez minutos y los que en mitad de la noche son despertados por los aullidos de otro. O lo que es peor: por los tuyos propios.

Todo ese miedo que se palpa en el ambiente, ese llanto que muere en la garganta, esa tensión, en forma de pañuelos retorcidos, de nudillos apretados, de dedos blancos. Esa muerte detrás de cada esquina y delante de ti.

lunes, 9 de junio de 2008

One last song

"La experiencia no es lo que te sucede, si no lo que haces con lo que te sucede"
Aldous Huxley.

Tengo 22 años. He vivido muchas cosa. Buenas y malas. Cosas que me gusta haber vivido y otras que desearía, a veces, que no hubieran sucedido jamás.

He vivido en el autoengaño. He sufrido, por mi culpa o por la culpa de otros. He visto mis convicciones desmoronarse demasiadas veces. He soñado cosas imposibles y he hecho posibles cosas que parecían difíciles. No soy ni buena ni mala, ni una heroina, ni una mancha más en medio de la marabunta de almas que poblan la tierra. Sólo soy yo.

He tocado fondo hasta límites que jamás imaginé. He sentido la necesidad vital de morir y he deseado de corazón que mi último aliento expirase en mis labios. Por suerte o por desgracia he sido demasiado cobarte para implementar mi muerte como forma de vida alternativa.

No sé si he aprovechado bien mi vida. No sé si he aprendido de lo que me sucede. Desconozco si soy o no más o menos sabia que hace 1, 2 o 10 años. No sé donde estoy, no sé donde voy. Sólo sé que no tengo alas y que no me queda más que caminar.

Y eso es lo que voy a hacer: caminar. Andar ese camino, que según Nietzsche, es sólo para mi y sobre el cual no debo preguntarme nada. Sólo seguirlo y caminar. Hasta que llegue al final.

Al fin y al cabo los días no pasarán más rápidos por mucho tiempo que pase durmiendo, las penas seguirán siendo tristes y el mundo seguirá perdiendo colores si me empeño en cerrar los ojos y esconderme entre las sabanas.

No tengo nada, luego nada puedo perder. No tengo ilusiones, así que sólo podré conseguirlas. Y si hay más heridas aún me queda sangre que emanar.

Me desharé de la angustia, de los deseos de muerte, pues sé que al final de mi vida llegará ésta irrebocablemente. Me desharé de las mentiras, de los malos deseos, de la apatia, del dolor, aunque siga doliendo. Me haré fuerte, o lo intentaré, cogeré aliento y lucharé sin mayor estandarte que yo misma. Sin mayores victorias que sobrevivirme.

Y aunque este vacia, por suerte, no estoy sola. Y aunque no me aprecie, sé que alguien lo hace. Y aunque lloré, aunque grite o aunque mis ojos se apaguen perdiendo mi felicidad, sé que hay alguien que hará que me calme, que deje de llorar y que devolverá todo el brillo a mis ojos y todos los colores a mi mundo.

Ya no puedo perder porque ya no tengo nada.

martes, 3 de junio de 2008

El reencuentro

Dormitaba tumbada boca arriba sobre su cama. La claridad de la caída del sol recortaba la silueta de la ciudad y pintaba de naranja las paredes de su habitación. Su respiración, pausada y profunda, expresaba de forma perfecta la calma que envolvía la estancia.

Calma que fue rota por el sonido de unos nudillos en su ventana.

Alzó la cabeza a la par que volteaba su cuerpo. Del otro lado del vidrio un mudo y sonriente Peter Pan la esperaba. Ella abrió la ventana y, aún dudando que se tratara de un sueño, agarró la mano del niño de verde y de un salto llegaron a los tejados del edificio de enfrente.

Se quedó sola un instante, con la mirada fija en los saltos del Peter Pan que se alejaba.

Ella no tardó en aparecer. Su fascinante figura se acercaba a la muchacha con su paso altivo y su siempre ondulante vestido negro. Cuando Ella estaba más cerca la muchacha se percató de que llevaba una rosa roja bordada en el corpiño. La novedad le sorprendió y le extrañó a partes iguales.

"Buenas tardes", dijo Ella, "¿Me querrás acompañar mientras me tomo un té?" La muchacha asintió sin abrir la boca y no se asustó cuando una mesa y dos sillas aparecieron sin más.

Ella le hizo un gesto indicándole que se sentara. Sirvió el té y tomó asiento también. El sol agonizaba raudo, gritando auxilio en el horizonte.

Tras unos sorbos al té Ella carraspeo, disponiéndose a hablar. "No pensarías que la última vez que nos vimos iba a ser realmente la última". Hizo un silencio esperando leer la respuesta en la cara de la muchacha, pero ella solo miraba impasible la taza de té. Ella decidió entonces continuar: "Observo, por tu no respuesta, que ya sabes porque estoy aquí. Esperaba que fuera un reencuentro bonito, de verdad. Yo te he echado de menos. Pero quizás tú a mi no". Esta vez Ella no se molesto en auscultar su rostro, la muchacha ya conocía de qué iba el juego.

El sol devorado por la tierra daba sus últimos coletazos de luz. Del otro lado del cielo se adivinaba la oscura noche.

La muchacha se había negado a sí misma a tomar partido en la conversación. Sus ojos miraban fijamente al té mientras sus oídos temerosos esperaban, cada vez más cerca de sus hombros, las palabras de Ella.

"No sé por que te sientes incómoda. Al fin y al cabo yo he sido tu más sincera compañía durante mucho tiempo. No te digo que tengas que estarme agradecida, he compartido mi tiempo contigo de buen grado. Pero al fin y al cabo sabías que esto pasaría. Que yo volvería. Pero quiero dejar claro esto: Vuelvo porque tú me necesitas. Está en tu naturaleza, es parte de ti. Soy parte de ti. Quizá una de las que menos te gusta, pero soy tuya al fin y al cabo".

La muchacha, reacia en un principio a la conversación, se envalentonó, sacudió sus ojos del oscuro líquido, los clavó en los de la mujer y le dijo: "Pero.... ¿Por qué? ¿Por qué ahora? ¿Por qué t....?".

"Shhhhh", dijo Ella con un fino y elegante dedo posado sobre sus rojos labios. "Ya sabes la respuesta. Y yo te la acabo de repetir. Es parte de ti".

La muchacha, con los ojos llenos de lágrimas y con la voz rota por el dolor, le preguntó: "¿Y no hay otra opción? ¿Ninguna alternativa?".

Ella, que se esperaba la pregunta, la miró de forma severa y pausada y le dijo: "Puedes volar sin la mano de Peter Pan".

La noche había reducido la herencia del sol a unas finas trazas en el confín de la ciudad. La oscuridad caía espesa sobre la parte este de la urbe, como un manto de crudo sobre los tejados de los edificios que cayese en viscosos hilillos por las fachadas, inundando de la maloliente y aterciopelada brea las calles enteras.

La muchacha, llena de incertidumbre se levantó. Caminando muy despacio, seguida de los ojos de Ella, se colocó sobre la última teja. Pasó un minuto, tal vez dos. Ella se sentía cada vez más tensa, más preocupada.

Finalmente la muchacha alzó uno de sus pies, dispuesta a dar el siguiente paso. Cuando llegó el momento de dejarse caer empezó a mover sus brazos, para recuperar el equilibro. Acabó cayéndose hacía atrás en el tejado. Sus ojos empapados en lágrimas: "¡No puedo!", gritó.

Ella, con una sonrisa en los labios, se acercó y le tendió su mano, ayudándole a levantarse.

Se volvieron a sentar.

La oscuridad dominaba ya todo el crepúsculo. Tres o cuatro estrellas relucían tímidamente en la noche.

Ella, apurando el contenido de su taza, dijo: "Tranquila, tengo gran cantidad de té. Lo que implica que nos volveremos a ver".

Se levantó y sin más despedida dio un silbido de aviso al Peter Pan. A los pocos pasos su vestido, con ella dentro, se fundió con el viento.

Peter ofreció de nuevo su mano a la muchacha. Ella la tomó y de un salto volvió a dejarla en su ventana. Desde allí, como tantas y tantas otras veces antes y como tantas otras después, lo vio marcharse a grandes saltos, mientras, a su paso, hacía vibrar las antenas de los tejados.

viernes, 30 de mayo de 2008

En mi contra

Qué felices son los "hasta ahora" cuando son temporalmente ciertos.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Hasta la inconsciencia

Cóseme la boca a hostias, así aunque la abra lo que diga será ininteligible.

jueves, 8 de mayo de 2008

Escritura Automática

Alguien, de quien no debería aprenderse nada, me enseñó una vez que el dolor se depura con dolor. Al igual que pasa con tantas otras cosas en la vida, si consigues algo más sangrante, algo más pestilente, algo más bajo, entonces te olvidas de todo el dolor anterior y te concentras en esa ínfima capa de piel que retiene toda la pus que infecta tu carne fresca.

Y yo amante de los riesgos, sobre todo mentales, me procuré a mi misma una tortura que el mismísimo Marques de Sade hubiera calificado con una matrícula si se hubiera tratado de dolor físico.

Pero ese no surgía ya ningún efecto. Mi castigo, auto-castigo, consistía en la ardua tarea de llenarme de dudas sobre cualquier cosa. Sobre mi misma y lo que me rodea. Sobre la vida, la muerte, mi vida, mi muerte…. Sobre el vuelo de las mariposas y el sarro acumulado en los dientes de mi compañero de clase. Pero eso no era todo. Nunca está mal la cuestión por defecto. El problema es ¿qué pasa cuando no encuentras solución? Empiezas a hacer cabalas, a pensar desde puntos diferentes, a buscar soluciones y respuestas a todo y no las hallas. Y entonces todo lo que te rodea no son más que interrogantes y caminos sin salida, un montón de sugerencias desacertadas, un montón de información innecesaria que te colapsa la cabeza y te impide pensar en lo que realmente debes.

Así empezó todo, hace muchos años ya. Ahora camino por este maltrecho y angosto paraje, que algunos llaman vida, con mi constante migraña y con las lágrimas a flor de piel. Mis conjeturas se mezclan y a veces olvido las preguntas. Me lleno de angustia y entonces decido darle un respiro a mi cerebro. Pero es peor. Pues mi mente no sabe estar en blanco y pronto aparecen respuestas y preguntas que de nuevo se mezclan para impedir siquiera que pueda abrir los ojos.

En cualquier momento, en cualquier lugar. A cualquier hora del día, o de la noche, puesto que han inundado mis sueños, mi único momento de paz se ve anegado de cuestiones absurdas que se convierten en mis pesadillas.

Así será hasta que acabe. No sé si queda mucho o poco tiempo. Simplemente sucederá cuando encuentre en mi maltrecha cabeza la fecha que puse como respuesta al día de mi muerte.

martes, 29 de abril de 2008

Empatía

“Todas las ideas son buenas cuando están en tu cabeza. Los colores, las texturas, las situaciones. Todo es hermoso o terrible según pinte en tu mente. Y el anhelo de poder plasmarlos en un pedazo de papel y la frustración de no poder llevarlo a cabo, de que las formas se deformen y que las virtudes se desvirtúen…. Que lo genial que hay dentro no haya forma de exorcizarlo fuera....“

En ello andaba ocupada su cabeza mientras caminaba por un parque. Más que caminar por un parque, parecía que lo hiciera entre él. Sus pasos oscilaban y vacilaban, rodeaba los toboganes y el arenero, sin tener un rumbo fijo, pero sin dejar de enmarañarse con el recinto. Si se hubiera tambaleado un poco más habría parecido un borracho. Y en la situación en la que se hallaba no habría sido extraño que lo fuera. Un frío viento sacudía la primaveral noche, no había nadie alrededor, ni ruidos, ni coches que sonaran lejos alejándose aún más. No había nada más que él.

Finalmente se sentó en un columpio. La mirada perdida en una piedra que centelleaba sobre las demás y que eclipso la atención de sus pupilas mientras sus pensamientos pasaron a ser un soliloquio, cuyas palabras se fundían con el viento.

“La capacidad del ser humano para empatizar con otros, la facilidad con la que nos prendemos del dolor ajeno cuando algo despierta compasión. ¿Por qué si es tan fácil hacerlos tuyo es tan difícil mostrarlos al resto?”

Sonaron las cadenas del columpio. Chirriaron indiferencia. Y él se indigno y cerró los ojos con furia sin despedirse de la centelleante piedra. Los dejó cerrados unos segundos y sin dejar de apretarlos fuerte, como si rezase para purgar alguna culpa, volvió a su conversación.

“El dolor. Este dolor. ¿Por qué si ahora lo siento, tan hondo, tan profundo y tan eterno, por qué no soy capaz de mostrarlo al mundo? ¿Por qué no encuentro la fórmula para que todos puedan visualizar mi sufrimiento?”

Y en el silencioso ulular del viento una voz respondió: “Porque te empeñas en guardarlo para ti.”

Giró su cara y se encontró con unos enormes ojos que resplandecían bajo la artificial luz de las farolas.

“¿Qué hace una niña en la calle estás horas?”

“¿Qué hace un hombre adulto sentado en un columpio de un parque?”

Él sonrió. Y la niña empezó a agitar las piernas en el aire para coger impulso. Era extraño, ni siquiera llegaba con los pies al suelo y había tenido que encaramarse sola al asiento del columpio. Pero aún así no la había oído llegar.

“¿Por qué quieres mostrar tu sufrimiento al mundo?”. Dijo mientras, con mucho esfuerzo empezaba a oscilar sobre el columpio.

“No hablaba sólo de mi sufrimiento. Hablaba del sufrimiento en general. De cómo poder hacer sentir a alguien cualquier cosa. De que conecte contigo y sea capaz de reproducir algo similar a lo que está en tu cabeza, o en tu corazón”

Se levantó y se colocó tras el columpio, para dar impulso a la niña y que pudiera coger velocidad.

La niña paró en seco y le miró. Con una mirada severa, de adulto. Una mirada que expresaba reproche y cansancio.

“Tengo que hacerlo yo sóla.”
“¿Por qué?”
“Porque no siempre habrá alguien para empujarme.”

Él volvió a su asiento con una extraña sensación de vergüenza.

“No todo el mundo sentirá lo mismo que sientes tú. La gente es diferente.”

“En eso tienes razón. Pero cuando lees algo triste, por norma general, te pones triste. Y cuando lees una historia con final feliz sueles estar contento.”

“¿Tu escribes?”

“Antes lo hacía. Ahora veo que no soy capaz de ello. No puedo transmitir esas sensaciones: tristeza o alegría. Y creo que nunca pude.”

“¿Y has escrito libros de esos que hay en las tiendas?”

“Dos. Uno ya no lo venden. No se parecían en nada los dos. Uno hablaba de una familia, normal, con sus problemas de convivencia y sus alegrías cotidianas. El otro un libro de relatos cortos, de cuentos para que me entiendas.”

“¿Y tenían final feliz o triste?”

“Bueno. No eran finales felices, desde luego. Pero prefiero pensar que tenían finales realistas en lugar de tristes. La vida, no suele tener finales felices.”

“¿Por qué tienes el pelo azul? ¿Es porque escribes?”

Él sonrió de una forma amarga. Dejó de mirar a la niña, que ya había conseguido la inercia suficiente como para casi volar, y buscó la piedra centelleante de nuevo en el suelo. Pero no la encontró. Y se sintió perdido. La amargura le embargo y, como tantas otras veces, la sensación de que todo iba mal inundo su mente de oscuridad y sus ojos de lágrimas.

Aún tardó un rato en contestar.

“No, el color de mi pelo no tiene nada que ver con escribir. Lo hice porque un día me levanté y decidí que tenía que cambiar. Y primero que hice fue esto con mi pelo.”

“¿Y por qué tenías que cambiar?”

“Por que las cosas no me iban bien. Mi mamá se puso enferma hace un tiempo. Los médicos me dijeron que no se pondría bien y que lo único que podía hacer era hacerla feliz el tiempo que le quedara de vida. Yo me puse muy triste. Sabía que se iba a morir y trataba de ser fuerte y de pasar todo el tiempo con ella. Pero cada vez que la veía, me echaba a llorar. Estaba en el hospital, tumbada en la cama, sin poder moverse apenas. Al principio aún hablaba y recordaba momentos, de cuando yo era pequeño y le escribía poemas y canciones y ella se sentía feliz de ser mi fuente de inspiración, mi musa. Al final siempre acababa llorando emocionada. Pero al poco tiempo ya no podía ni hablar. Estuvo así mucho tiempo, muchos meses, tumbada en aquella cama en una habitación de colores tristes que rezumaba ese olor intrínseco a un hospital. Me pasaba allí los días y las noches. Lo dejé todo por estar con ella. Tanto tiempo pasaba en el hospital que mi relación con mi novia se deterioró y me acabó dejando. Yo siempre pensé que me entendería y que comprendería que me quisiera dedicar en cuerpo y alma a mi madre. En cierto modo no la culpo aunque me sentí decepcionado. Pero no me puse triste por aquello. Toda mi tristeza se concentraba en la próxima muerte de mi madre”

Se quedó callado. El viento paró en seco. Sólo se escuchaba el chirriar de las cadenas del columpio de la niña.

La centelleante piedra volvió a brillar ante sus ojos. Se sintió reconfortado y siguió hablando.

“Mi madre murió el primer día de la primavera. Un día radiante que a ella le hubiera encantado. Aún recuerdo el ataúd abierto, su cara tranquila. Antes de que lo cerraran me acerqué y coloqué una rosa debajo de sus manos. Luego llegó el entierro, el sincero dolor y las lágrimas. Y luego lo peor. Al día siguiente me levanté sin saber que hacer. Mi vida había dependido durante tanto tiempo del hospital.... Había descuidado todo el resto de mi vida: mi casa era un auténtico caos, no podía escribir, mi novia ya no estaba para acompañarme y apoyarme, mis amigos quedaban demasiado lejos en el tiempo y la distancia…. Así pasé mucho tiempo. Hasta que un día me levante y decidí hacer lo que ya ves: teñirme el pelo como comienzo de una nueva vida”

La niña pegó un salto y aterrizó con los pies en el suelo. Se giró, mostrando en su cara una sonrisa de satisfacción personal y luego tornó el gesto serio y clavó sus ojos en él.

“De algún modo”, dijo él, “sé que aún no lo he superado. Aún me duele. Echo de menos a mi madre, fue una gran mujer que lo dio todo por mí. Me hubiera gustado que viera tantas cosas, que conociera a mis hijos, que jugara con ellos, que hubiera sido una de esas ancianitas de pelo blanco, adorables y sonrientes. Me duele tanto, tanto....”

Se echó a llorar. La niña se acercó y le dio un beso en la mejilla. Dio media vuelta y echo a andar. Cuando llevaba unos pasos y antes la perplejidad de él, le dijo:

“¿Sabes? Creo que deberías escribir sobre eso. Has conseguido ponerme muy triste y he llegado a pensar que era yo la que echaba de menos a tu mamá. Y es difícil que te entienda.... Porque yo no tengo mamá"

martes, 22 de abril de 2008

Será

Será que la muy entrada primavera se me parece más a un perenne otoño.
Será que mis días sólo esperan a la noche para dormir.
Será que mis sueños inmortales han muerto.
Será que se me han escapado las musas.
Será que todo me parece miseria.
Será que el terciopelo de mi negro se ha tornado mate, aspero.
Papel de lija para envolver todos y cada uno de mis momentos.
Será que he llegado al punto en el que ya no puedo.
Será vacio.
Será que estoy triste y cansada.

O quizás no sea nada.

miércoles, 16 de abril de 2008

La misma piedra

De nuevo, como tantas otras veces mucho tiempo atrás, se encontró en una situación que detestaba con todas sus fuerzas.

Sucumbió a la llamada del cigarrillo en horas intempestivas. Con el malestar físico que sólo la mente sabe provocar, ese que hace que no tengas sueño, pero que quieras dormir, que estés intranquilo a pesar del silencio de la muy entrada noche, que cierres los ojos y seas capaz de ver toda la miseria intrínseca a tu ser. Con ese malestar contestó los gritos que la nicotina le alzaba.

Y como tantas otras veces se encendió un cigarro sabiendo lo difícil que sería dormir después. Y como tantas otras veces se sintió sola. De esa soledad que te has buscado a conciencia a pesar de no quererla. Se sintió triste, más triste que ninguna otra vez.

Consumió su tabaco a la par que un pedazo de su vida. Uno de esos trozos amargos y bizarros que esperaba no recordar el día de mañana. Aunque bien sabía que tendría que hacerlo.... y que lo haría.

Bien sabía, a tiempo pasado, porque había llegado hasta allí esas tantas otras veces. Le era conocida la historia, por vieja y por repetitiva. Palabras mal encadenadas, el tono inadecuado, el reproche que debería haber expirado antes de nacer y florecer en sus labios. Cosas que no debería haber dicho. Cosas que no debería haber pensado. Cosas.... que no debería haber sentido.

Y la historia, la vieja historia desgastada por el uso y deformada por el paso del tiempo, volvía a ella una y otra vez, recurrente y cíclica como una maldición. Como una pequeña pesadilla que había de ser vivida para aprenderla de una vez.

Pero esta no sería la vez. Le quedaban otras muchas. Otras noches en las que abrazarse a la nicotina como efectiva destrucción.

Hay errores que siempre cometería.

lunes, 31 de marzo de 2008

Primavera

"Sí.... sí.... sí"

"Más.... ¿más tarde?....Quizás. Sí. Mejor.... A las 12 y media"

Esa había sido mi conversación más inteligente y amena del día. Clara me llamaba contándome una historia inverosímil con rabos de por medio. Que raro.
La niña pretendía buscarle el tercer pie a un camarero de rasgos drogodependientes que consumía y trabajaba en uno de los garitos más sucios de la ciudad. Sé que no le sería difícil. Ella tenía un don con los hombres: siempre sabía qué decir, cómo mirar, cuándo sonreír. Ella siempre sabía camelar y yo no. Quizá por eso la seguía con los ojos durante todo el cortejo, quizá por eso la envidiaba por dentro.

Dejé mis pensamientos y abrí los ojos al sol que se rendía frente a mi ventana. Sentí el sólido gusto que te deja más de media cajetilla fumada compulsivamente en el paladar. Mi boca bostezaba y mi cuerpo me pedía a gritos encogerse, hacerse un ovillo. Complací las súplicas y me dejé caer en la cama, contrayendo mis músculos, para, poco después, darme media vuelta y estirarme con los ojos cerrados, notando como la poca luz se desvanecía tras mis párpados.

Un instante me quedé sobre la cama y me sentí como muerta. Como si el yo que hubiera habitado mi espíritu se hubiera desvanecido y otro yo, completamente distinto, lo hubiera ocupado. Un instante más tardé en acostumbrarme a mi misma como mi "nuevo dueño". Y otro instante después caminaba por el pasillo buscando un cepillo de dientes o una espátula, aún no lo tenía claro.

Dudé entre una cerveza y un red bull, pero me pudo el alcoholismo y me encontré apoyada en la ventana buscando mi mechero para intentar abrir la botella. El cielo, tornado completamente a negro, observo como bebí con inusual rapidez el contenido de la botella. No entendía que me hacía beber con tanta ansia, ignorando cosas tan básicas en mi ceremonia cervecera como verter el contenido en un vaso.

Cuando visualicé el fondo del vidrio tenía el corazón acelerado y la cabeza en cualquier lugar menos sobre mis hombros. Con la semi-inconsciencia propiciada por el alcohol apoye mi cabeza sobre la almohada, mintiéndole, con la capacidad de engaño de un borracho, a lo poco lucido que quedaba en mi cerebro. Pero como estaba tan agusto opté por creérmelo y dormitar.

Mi dormitar se convirtió en un pesado sueño. Sentí agonía en algún momento pero no la suficiente para que me despertará. Tuve un montón de imágenes en la cabeza y soñé cosas inverosímiles, la mayoría de las cuales se ahogaron en mi cerebro tiempo antes de que despertara.

El teléfono sonó. Yo, completamente desubicada, pegué un salto mientras buscaba con los ojos y las manos la fuente del sonido atronador. Mientras tanto, mi exaltada mente recuperaba de los brazos de Morfeo las pocas ideas que se cruzaban por mi cabeza poco antes de ser despertada. Así me vi en el entierro de Fernan Gómez, bandera anarquista incluida explicándole a los que estaban allí que no podía ser enterrado porque eso no era antisistema y tratando, en vano y ante todo el mundo, de empujar el ataúd hacia la puerta, pensando que si llegaba hasta allí se convertiría en un espíritu libre. Justo después de esa vergonzante imagen me vi, sentada en una silla, rodeada de boy scoutts, con un gran foco apuntándome sólo a mi, mientras explicaba a los perplejos muchachos que para azotar en el culo a una chica lo mejor es escupirse en la mano para que suene más y piqué un poco. "Consiguiendo así una mayor lúbricación por parte de la mina", frase textual que salía de mi boca con un perfecto acento argentino.

Saqué todas esas gilipolleces de mi cabeza al descolgar el teléfono. Oí gritar a Clara al otro lado: "Sí, sí, sí....", "Más.... ¿más tarde? Quizás. Sí. Mejor.... En 15 minutos". Tuve un Déjà vu.

Me levanté, ya más calmada, y me miré al espejo. No tenía tiempo para cambiarme de ropa. Mejor, así no tendría que pasar por el largo trance de decidir de qué coño quería disfrazarme. Sin duda iba a ir de horrible: horrible mi cara, horrible mi ropa, horrible dolor de cabeza y peor estado de ánimo. Pero no me quería perder el cortejo.

Así que salí volando de casa. Y salté impaciente esperando el ascensor, de hecho, pensaba, mientras saltaba, si impaciente y esperando podían ir en una misma frase. Pero como llegaba muy tarde deseché la cuestión de mi cabeza mientras daba los últimos botes. No tenía tiempo para pensar.

Al cruzar el portal escuché la algarabía propia de la noche. Gente que iba y venía por la calle. Calmados unos, otros aún más rápidos que yo, corriendo, porque llegaban tarde, algunos jóvenes bajaban con sus copas en la mano y se cruzaban con gente de edad que subía de tomar un helado, del bingo o de pasear. Y yo tratando de ser rauda en medio de todo aquello. Que si bien no había bullicio en las calles, la armonía del caótico paisaje urbano frenaba mis pies. Al girar una esquina una ráfaga de aire me escupió en la cara cubriéndome de olor a verano.

Me gustó.

Eché a correr.

Llegaba tarde y la noche prometía ser larga.

martes, 18 de marzo de 2008

Kein Engel

¿Qué haces con ese cigarrillo en la boca? ¿De qué te sirve?

No vas a espantar a los fantasmas por eso. Canciones viejas: Astrud, Cosmic Bird, Wir Sind Helden.... No van a volver para ti. Aunque vuelvas a fumar, aunque recobres tus mangas, aunque veas en aquella serie vieja lo que querías llegar a ser.

Es irónico, entonces querías ser otra y ahora te gustaría ser aquella. Será que has olvidado los problemas que tenías. Siempre supiste quedarte con lo bueno. Por eso aún saludas a tus antiguos amigos. Por eso aún te duele. Por eso, a veces, los echas de menos. Por eso peleas para pensar que tuviste la culpa.

¿De qué te sirve el pitillo? Tíralo, lejos. Borrón y cuenta nueva. Eras la reina de la reinvención. ¿Qué queda de todo eso? Y no me digas que se fue con aquella. ¿Es que no te quedaste con nada bueno?

Vamos, bate tus alas. ¡Vamos! ¡Sabes hacerlo!

¿Qué es eso? ¿De dónde sale tanta sangre? ¡Oh! ¡Joder!

¿Por qué coño te las arrancaste?

martes, 11 de marzo de 2008

Lágrimas

Por todos es sabido que las estaciones y los aeropuertos son lugares muy propios para las lágrimas. Perlas de tristeza ante las idas o reflejos de alegría para según que venidas.

Ahora, al hacer memoria, recuerdo a una chica en el baño de la estación de tren de Salamanca, sentada en una silla, cortando el paso a los lavabos, a las cuatro de la mañana. La chica lloraba con rabia contenida, como quien se muerde la lengua o se frota las manos, para no maldecir o partirse un dedo, en una muestra de furia. La chica no me miró al entrar y sólo me regalo un vistazo y un pausado sí cuando le pregunté si estaba bien. Me sentí extraña, muy extraña, al mear, tratando de ser indiferente, sabiendo que tenía el sufrimiento encarnado en un ser humano tapándome el paso para lavarme las manos.

Más en la distancia de mis recuerdos, en el lugar donde las cosas ya no duelen, me encuentro con mis propias lágrimas obturando mis ojos y mostrándome una visión esperpéntica del egoísmo dándome la espalda y andando hacia la salida de un aeropuerto. Dejándome sola con unos controles policiales, una puerta de embarque y un nudo en la garganta que, de algún modo, tarde años en deshacer.

Y las lágrimas más profundas, más tristes, más patéticas, me las recordó, no hace mucho, mis propios pasos sobre las dársenas de la estación de bus de Valladolid. Volví a ver a aquella chica, presumiblemente gitana, presumiblemente extremeña, de Badajoz creo. Aquella chica: menuda, triste que no hortera en el vestir, con el pelo negro enmarañado, y los ojos a punto de salirse de las órbitas de lo irritados que los tenía de tanto llorar. Ella, en su día, no respondió "sí" a mi "¿estás bien?". Ante mi pregunta ella soltó un gritito, como de bebé y se abrazó a mi.
Me dijo que tenía 16 años y que se iba a escapar a Santander. Que ella se había ido de casa sin decírselo a nadie, había quedado con su novio en Valladolid, porque él era obrero y tenía que venir desde Madrid. Que lo habían planeado en poco tiempo, pero que a ella le parecía bien porque lo quería. Yo, bastante perpleja le pregunté que cuál era entonces el problema. Y ella me lo explicó: "Él tenía que haber venido ayer y hoy tiene el teléfono apagado". Acto seguido se echó de nuevo a llorar y desde ese momento hasta que llegó mi bus lo único que hizo fue balbucear "¡qué va a ser de mi!", mientras yo la mantenía abrazada.

En mi confortable asiento, de camino a mi casa, pensaba en lo hijoputa intrínseco del ser humano y en como un gilipollas había hecho pasar la peor noche de su vida a una cría de 16 años, lo suficientemente valiente como para renunciar a su familia para criar churumbeles. Y me sentí triste por esa niña.

Hace unos días, cuando paseaba por las dársenas y me reencontré con esa imagen guardada en mi cerebro; me sentí triste por mi, porque siempre pienso mal, al darme cuenta de un pequeño detalle: la chica no lloraba porque creyese que la había abandonado.

Ella pensaba que estaba muerto.

martes, 4 de marzo de 2008

Autodestrucción

"¿Por qué lo hiciste?"

Supongo que porque una parte de mi quería morir un poco.

"¿Por qué?"

Shhhh, cierra los ojos y escucha.

Cerré los ojos, como me ordenaban. La cálida habitación se tornó negra al caer mis parpados y empecé a oír:

Fracaso, lo has conseguido. Sólo 1500 euros. Hay que curarte eso. Lo que quieras, pídelo. Es lo que pasa cuando estudias una técnica. Si eres niña no puedes. Tráelos tú que pesan mucho. Si me meto en juicios tengo las de perder. No te preocupes, con calma, todo llega. Me ha suspendido. No voy a ver maricas a Fuencarral. No vales para nada. No me gusta esa ropa. Podéis recoger las hojas en reprografía. Estás llena de soberbia. Es año 9. Eres una inútil. Alimentar sus egos con tu amor propio. Debería pensar en ganar dinero. También suspenden al otro lado del Danubio. Nadie la querrá. ¿No le gusta dormir pocas horas? El debate ha estado igualado. Nos vemos muy poco. No te rindas. No me entiendes, es más difícil de lo que parece. Tonta la p.... No debería habértelo dicho. Eres una caprichosa que espera que todo vuelva a ser como antes. Lo mejor son las frases, lo demás no vale para nada. No puede cambiarse de grupo. No se rían en mi clase. Buscaremos un buen médico, de pago.

Cuando los volví a abrir estaba llorando. En aquel momento entendía de sobra los motivos que la empujaban a querer morir. Lo único que no entendí es que era lo que alimentaba su deseo de estar viva.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Seppuku

No habrá, llegado el día, lírica en mis palabras.
Y a partir de ese día serán todos tan grises como el de hoy.
No habrá sonrisas que arrancarles a mis labios.
Y mis ojos mostraran, sin empañarse, toda la tristeza que puedan contener.

No habrá, llegado el día, más cuerda para mi espíritu. No habrá alimento para mi alma. No habrá sueños que intentar realizar.

Descubriré, llegado el día, que aunque mi cuerpo aguante muchos años no quedará vida para mi. Fingiré sorpresa al percatarme de que mi tiempo se ha escapado poco a poco hacia el pasado, que ha huido de mi lado; que mi corazón, aunque lata, no tiene motivos para latir.

Aparecerá, llegado el día, un único culpable para tanto y tanto mal. Aparecerá un error primigenio y después otros cien mil más.

Y en un último intento de justicia, gastando mi último aliento para redimirme, acabaré, llegado el día, con quien tanto daño me hizo.

Y será mi vientre el que atraviese la espada.

jueves, 14 de febrero de 2008

Mi lucha

Miguel Angel sagt:

Si pierdes la fe en ti misma habrán ganado ellos. Si sigues sabiendo lo que quieres y que puedes conseguirlo, a pesar de todo habrás ganado tú. No dejes ganar a esos hijos de puta.

miércoles, 30 de enero de 2008

Sobre la muerte

Clavé los ojos en la tumba abierta, con la angustia masticada y digerida de ver tu nombre esculpido en la lápida.

Me arranqué el corazón, pues ya no servía para nada. Y tras verle palpitar agónico en mi mano caí en el hueco excavado en la tierra.

Me puse a llorar. Tantas y tantas lágrimas querían brotar que no podían mis ojos echarlas de mí, y el agua me empezó a consumir y a inundar. Y muerta, ahogada en sal, caí de bruces sobre la tumba abierta.

Me puse a gritar. A graznar agudo como un cuervo y alto, alto, rompiendo todo el silencio del camposanto. Y mis chillidos acabaron con mis pulmones, el aire erosionó mi traquea y la boca se me llenó de sangre, Me atraganté con un pedazo de algo, quizás de mi propia carne. Y en mi patética carrera hacia la muerte, corriendo en círculos sobre el boquete en el suelo, buscando desesperada quien me hiciera de nuevo respirar tropecé y fui a dar a lo más hondo del lúgubre espacio donde yacía tu cuerpo.

Y sabiendo que iba a morir me armé de calma, en lugar de convulsionarme en vano para sacar mis bronquios de mi garganta, abrí la tapa del féretro y me abracé a ti. Apoyé mi cabeza contra tu pecho, manché tus últimas ropas con la sangre de mi boca y aleteé por última vez en este mundo de vivos.

viernes, 18 de enero de 2008

Mary´s lambs

Miré mis ropas, estaban sucias y roídas. No me importaba demasiado pues eran viejas. Observé mis manos: colocadas encima de mi regazo: tenían grietas profundas llenas de mugre, mis uñas: relativamente rotas y partidas en la mayoría se afanaron por tratar de sacar toda aquella mierda acumulada de los pliegues de mi malgastada piel. Quería algo de dignidad para el que iba a ser mi último gran momento.

No sé cuanto tiempo estuve sentada mientras leían mis cargos. Pensando en mis cosas no me percaté de que la lectura había terminado hasta que alguien me tomó por el brazo obligándome a levantar.
Fue en ese momento cuando me avergoncé de llevar esas ropas tan sucias. Había tanta gente agolpada, esperando para verme…. ¡a mi! Fue por ello que me pesó mi lamentable estado. Aunque la culpa de este no fuera mía. Era de las persecuciones de la policía. Aunque no me había costado mucho mantener en jaque a toda la gendarmería de Paris, sí me había tocado correr un poco y esconderme en los lugares más inhóspitos de una ciudad que podía llegar a ser muy sucia. Y claro, con las prisas en lo que menos empeño pone uno es en su apariencia.

El hombre que me había puesto en pie pretendía llevarme a la rastra. ¡Que desfachatez! Sabía perfectamente donde tenía que ir y lo haría sin dificultad y sin la ayuda de nadie. De un brusco golpe con el codo, que no llego a darle, me desasí de mi indeseado acompañante y mirando a toda la gente que se congregaba en el lugar caminé hacia el emplazamiento de mi destino.

El hombrecillo que había leído mis acusaciones, que llevaba unos pantalones azules de terciopelo y unas bonitas medias amarillas, me preguntó con desdén si quería decir unas palabras. Respondí que sí.

Miré al cielo buscando a Dios. No por pedir perdón, sino para estar segura de que iba a escucharme. Tras unos segundos en esa postura miré a la plaza abarrotada, sonreí y dije:
“Volvería a hacerlo”.

En ese momento más de la mitad de las personas que allí había se pusieron a gritar, a ovacionarme, a aplaudir, a gritar, a silbar. Movían sus brazos y saltaban. Como si se hubiera hecho justicia. ¡Cómo si yo hubiera hecho justicia!

Miré al hombrecillo de las medias bonitas y asentí, como dándole a entender que había finalizado.

Entonces él dijo: “Por el homicidio por envenenamiento de 14 personas has sido condenada a muerte en la guillotina”.

Igual de sonriente me tumbe sobre la tabla que me dejaba en perpendicular con mi destino. Tenía una ligera curiosidad morbosa por verla bajar, acompañada de su ruido característico, y por saber si podría vivir lo suficiente como para recordar que mi cabeza había caído sobre un cesto.

La tensión que allí había se volvió máxima. La plaza se hizo silencio y la guillotina cayó.

La gente se puso a gritar, emocionada, mientras mi cabeza caía sobre el cesto. La gente seguía pensando que ahora también se hacía justicia. ¡Cómo si ajusticiándome fueran a conseguir justicia!

A mí, en el fondo me daba igual. El hecho de haber envenenado a la plana mayor del profesorado de la universidad de París había sido algo personal. Y muy bien hecho.

jueves, 10 de enero de 2008

The beginning

Dios sabe que si por mi fuera me arrancaría los oídos.
Dios sabe que si por mi fuera hace ya tiempo hubiera apuñalado mi propia sien.
Dios sabe que mis ojos a veces no están cuerdos.

Pero le da igual. Le da igual que me golpeé, que me haga cortes sobre mi piel, que mi cabeza choque repetidas veces contra una esquina.

No le importa en absoluto que calle mi llanto hundiendo la cara sobre la almohada. No le importan mis gestos de desesperación, ni los gritos que tan inconscientes como incoherentes se escapan de mi boca cuando huyo de mi ser, cuando estoy en el ojo del huracán, deseando morir para poder descansar.

Dios es impasible a mi búsqueda del dolor como calmante, como resquicio de paz, como oasis, pequeño, pequeño, que me muestra mi locura.

Dios ignora todo esto. Está demasiado ocupado hablándome como para escucharme.