lunes, 4 de octubre de 2021

Larga vida a mis enemigos

 Al principio ni lo notas. Es como bajar una escalera. Un peldaño. Y luego te olvidas y luego otro peldaño. Vamos, no puede ser tan malo. Cuál es la altura de un peldaño? 20 centímetros? Qué son 20 centímetros? Nada, no es nada. No es para tanto. Y bajas otro peldaño y mirás para otro sitio mientras una pequeña comezón dentro de ti te hace preguntarte qué te pasa. Nada, no te pasa nada. Mirate! Todo va bien. Todo está bien. Sigue, estate tranquila... Y al poco tiempo bajas otro peldaño y el mismo monólogo se sucede.

Empiezas a preguntarte por qué nunca los subes y siempre los bajas. Intentas pensar cuando fue la ultima vez que subiste en lugar de bajar. Y más que una situación concreta se te viene a la mente todo un compendio de tiempo pasado. Una época distinta en la que a una persona con tu cara y tu cuerpo le pasaban cosas cuya sensación no puedes evocar. Y bajas otro peldaño.

 

Llena de incertidumbre te plantas. No quieres dar ni un paso más abajo. No quieres seguir bajando hasta que no entiendas por qué no puedes subir. Pero de alguna manera ya es tarde. Intentas tirar de todos los hilos mentales que te lleven a conocer las causas de que te encuenztres ahí y te sientas así, pero no llegas a ningún cabo y si llegas ni siquiera tiene sentido. Todo te duele, todo te afecta. Miras hacia arriba y no ves nada mas que los dos o tres ultimos peldaños. Miras hacia abajo y no ves nada más que oscuridad. Una oscuridad que te reclama como su propiedad. que tira de ti, que pesa, que oprime y que destroza. Y tú como rata encantada por el flautista de Hammelin, solo puedes seguirla.


Cansada, recuerdas una frase que te hacía mucha gracia hace mucho tiempo. Ese humor macabro que tanto te gustaba. Una frase que no parece un chiste. Ya no. Y te asustas, por tus pensamientos y porque el dolor es tan grande que parece que fueras a sudarlo por los poros. Porque ya no tienes ilusión por nada. Porque las cosas que antes te hacían feliz ahora provocan desesperación, ansiedad y miedo. Porque no sabes como deshacerte de ese peso en el pecho. Porque ya no existen los colores, ni los olores, ni los sabores y solo eres un punto de miseria en el eterno mar de almas que habitan la tierra. Porque nadie puede ayudarte. Porque no sabes como salvarte de ti misma. Porque lo poco que puedes gestionar es respirar mientras lloras sin atragantarte.

Enhorabuena. Ya has tocado fondo. Y ni te importa porque no tienes energia para darte cuenta de que no parece que haya más peldaños por bajar. Miras hacía arriba y solo ves sombras que no sabes interpretar del todo. Algunas parecen partes del cuerpo que se zarandean , otras son ovalos, como cabezas asomadas por el hueco de la escalera. Pero tu no entiendes nada. Y sigues muy cansada,

Me gustaría escribir qué pasa después y decir que de algún modo, el cansancio se disipa, se cogen fuerzas y te comes los escalones de dos en dos hasta llegar a la cima donde te tomas un Mezcal de agave salvaje mientras alguien te come el coño hasta que lo borre, y todos los colores, sabores y olores que te has perdido durante este tiempo vuelven con tal magnitud que provocan una sinestesia que te lleva a un colapso de felicidad. Pero sería mentir vilmente.

Llegados a este punto solo puedo decir que el mayor mal es la falta de energia. como vas a poder hacer cosas por ti misma y disfrutarlas si ni siquiera quieres salir de la cama por las mañanas. Si cuando hablas con gente solo sientes que aburres, estorbas, molestas y que sobras. Si los momentos menos tristes del día son cuando consigues pensar en cualquier otra cosa. Es practicamente imposible.

Pero si que puedo decir que hay algo que me ha movido por dentro. Algo que cualquiera consideraria que es un motivo incorrecto para invitarme a tomar ninguna decisón o a rebuscar las fuerzas para iniciar ningun movimiento de subida. Aún así, dos piezas rotas dentro de mi se han juntado. Y no se si funcionan o si esa era la formación original. Pero ha sido la primera vez en semanas que he tenido verdaderas ganas de subir. He pensado en mis enemigos. En sus rechonchas y absurdas caras. En sus estupidos gestos y palabras. Y he pensado en la sutil calma disfrazada de condescendencia que mostrarían si se enterasen de mi situación. O en la tranquilidad que les daría verme impedida, sabiendo que ya no tienen nada que temer, que nuestros caminos ya no se cruzaran o que si lo hacen ellos ni siquiera me verán. Y he sentido una rabia, una rabia palpitante en el pecho. Una rabia por lo injusto que es que yo esté abajo sin haber podido obrar para considerarme en paz con ellos. Una rabia euforica porque no quiero estar así, porque necesito estar preparada por si nos encontramos. Una rabia que me exige control, determinación y dedicación para que llegado el día, yo pueda dar la talla. Sé que no es la mejor de las opciones, ni tampoco cuánto va a durar. Pero este es el único clavo que hay. Y me voy a agarrar a él. Con suerte, me servirá de punto de apuyo para subir el primer escalón.