martes, 29 de junio de 2010

The weird night

Pese a todos mis esfuerzos sabía que no me iba a dormir. Sabía que de ninguna de las maneras iba a poder mecerme en los brazos de Morfeo por más que me empeñara. Tenía demasiadas cosas en la cabeza, demasiados problemas sin resolver, demasiadas inquietudes, demasiado miedo y desazón.

Aún así me empeñaba en cerrar los ojos y dormir. En dar vueltas y taparme y destaparme y abrir los ojos dándome cuenta de que había dado una vuelta entera a mis problemas y había llegado al punto de partida.

Decidí abrir la contraventana, "que no sea por el calor", me dije. Como si mis idas y venidas tuvieran lo más mínimo que ver con la temperatura. Y con mano decidida agarre el pomo, lo levante hacía arriba y tire hacía dentro para notar un poco del frescor de la noche. Todo esto sin darme cuenta de que mi cara y más cerca aún, la sutilmente prominente nariz, heredada de mi familia, estaba en perfecta linea recta con la trayectoria de la dichosa ventana. Ahora me duele al apoyar las gafas.

Dolorida e indignada me revolví en la cama. Asada como un pollito y recalentándome el cerebro con las mismas cosas una y otra y otra y otra vez. Me dí cuenta, en un momento indeterminado entre las dos y las tres, de que había un niño llorando. Y luego otro. Y luego más fuerte. Subí la persiana y abrí la última de las dos ventanas y lo escuché claramente: dos niños aullando como hienas y yo incapaz de localizarlos debido a la estrechez de la calle y a la reverberación de sus propios gritos.

No solo me asome yo. Se asomo también la que resulto ser la vecina de arriba. Y una señora que pasaba por la calle, aprovechando la ventana abierta, preguntó a los niños si estaba su mamá en casa. Yo no oía las respuestas de las criaturas, pero solo quería que su madre o padre o tutor legal apareciera y les hiciera callar, aunque sólo fuera por la agonía que me estaban causando. Luego me empecé a imaginar escenas terribles, con la madre muerta en mitad del pasillo y el mayor de los pequeños rogándole que volviera a voz en grito.

Y después me recordé a mi. En el balcón de mi casa. Sola con un montón de gente en la calle. Aullando de pavor porque me habían dejado sola en casa. Muerta de miedo. Perdida, pensando que nadie jamás volvería a buscarme. Absoluta y desesperadamente desamparada mientras en mi tierno cerebro se gestaban imágenes de mi familia desaparecida o muerta.

Al final escuche las voces del padre, gritándole al mayor. Él, todavía reclamando a su madre entre sollozos y sorber de mocos.

No sé cuanto tiempo estuve así. Mirando a la anaranjada calle, tratando de adivinar qué pasaba detrás de las cortinas ondeantes.

Cuándo me quise dar cuenta levanté la vista en acto reflejo. Y allí estaban ellos, mejores que nunca, tan preciosos como siempre. La oscuridad de los tejados expandiéndose a mi vista. Todas las antenas estáticas, la mayor parte de las luces apagadas, el cielo claro mostrándome la osa mayor que crece, siempre perenne, frente a mi ventana. Y me sentí como siempre. Sola, tan sola como que no había nadie en diez kilómetros a la redonda, a pesar de que mi madre estuviera dos habitaciones más allá. Sola como antaño. Sola como siempre, descubro hoy. Desesperadamente sola, francamente sola. Solamente acompañada por ese extraño olor a humedad de tormenta que de vez en cuando se cuela por mi ventana. Sola de la mano de todo el mundo. Sola. Y un segundo después, absolutamente acompañada.

Y así me encuentro ahora. Mejor que nunca, peor que siempre. Sola, escuchando a unas mujeres rumanas gritar en la calle, viendo como el camión de la basura se va y viene recogiendo los despojos que tienen por vida algunos seres humanos, con mis tejados, con mis antenas, con Peter Pan y con Ella. Sola. Y con todos los demás.


'Because tonight I'm going to show you
How the night it never never never ends'