lunes, 31 de marzo de 2014

The right way to do wrong


Hace mucho tiempo aprendí que la mejor manera de volver a la superficie es llegar al fondo cuanto antes y coger impulso. También aprendí que la eficiencia de ese camino lleva consigo un precio. Precio que normalmente implica daño en diferentes órganos, como la piel o el corazón.

Para aquellos que no somos expertos del mantenimiento a flote, aquellos que a menudo nos pasamos más tiempo del que debiéramos debajo del agua, hay una sensación que pocas veces se aleja lo suficiente como para perderla de vista. Es como una película que se adhiere a nuestra piel, y huele a derrota. Y a tristeza. Y a menudo se siente como un dolor desgarrador del que no se puede definir el foco. Está aquí, y ahí, y al final del día, muchas veces, está en todas partes. Y los colores, los maravillosos colores, desaparecen. Y todo se vuelve gris. Y se empieza a pensar en negro. Y al final, forma parte de ti.

Esta vez yo me veo bajando muy rápido, involuntariamente he de aclarar. Hay una piedra enganchada a mis pies. Y un candado que además de asegurar mi caída se siente como una maldición. Maldición recurrente, pero cada vez más grande. ¡Maldita maldición!

Sobre volver a la superficie sólo tengo vagos pensamientos. El primero de ellos es que si el descenso es tan rápido como parece tendré más oxígeno para enfrentarme a la piedra y al candado. Todos los demás se centran en si realmente quiero hacerlo. Si merece la pena, sintiendo como siento, que no duraré mucho en la superficie. Si quiero volver a ver los colores, aunque sea un instante. Si realmente anhelo ser un Houdini emocional....