lunes, 19 de enero de 2009

No a Jorge

Cuando le vi por primera vez, él impasible, la mirada hostil, el cigarrillo inmóvil consumiéndose por toda la eternidad, no pude menos que fascinarme. Y no sería una fascinación pasajera.

Me leí alguno de sus libros, siempre encantada con su prosa, enamorada de sus palabras y de su forma de escribir. Y ahondé, por la curiosidad y por acercarme un poco a aquel que me robaba la admiración, en su vida privada.

Entonces la conocí a ella. De melena Rubia y voz dulce y revoltosa, con su preciosa cara, sus preciosos ojos, su precioso marido.... Y no pude menos que envidiarla.

Y así permanecí en ese triángulo amoroso, ellos dos casados y yo en medio. Claro está que ninguno de los dos sabían de mi existencia, así que aunque me posicionara en la mitad poco podía hacer mas que pensar en lo afortunada que era ella y en la envidia que yo le profesaba.

El tiempo, que todo lo cura, me hizo olvidarme día si, día también, de aquella formidable pareja tan bien avenida. Y dejé de pensar en cómo sería levantarme de la cama descalza y caminar hasta una cocina de barra americana, para encontrarme con sus tatuajes sujetando un café y con su sonrisa esperando un beso de buenos días.

Pero el tiempo, que todo lo revuelve, quiso que le recordara una noche de viernes, en la que sentada plácidamente delante de la tele vi como un hombre, con más apariencia de politoxicómano que de amante de las letras, anunciaba a golpe y platillo que él había escrito otro libro.

Y como todo el mundo sabe una noticia nunca viaja sola.

Me acerqué en cuanto pude a comprar su nuevo libro. Agotado el libro y yo impaciente por la espera, me compré uno de los anteriores que había dejado pasar en otras ocasiones.

Comenté, en mis círculos concéntricos de amistades, el maravilloso redescubrimiento de su literatura y recibí como pago otra buena nueva: Su mujer lo había dejado.

No es que me importase mucho la situación sentimental de ese hombre, ya no tenía 15 años y sabía que no le daría más amor que el que ya le había dado a sus publicaciones, que además, poco no era. Aún así sentí una alegría malsana, que como todo lo malsano dio lugar a pensamientos tristes poco después.

Y es que su mujer, la poseedora de la melena Rubia, de la voz dulce y revoltosa, la dueña del marido precioso, no solo lo había dejado, sino que en esta acción se había llevado a otro por delante.

¿Quién era ese otro?

El hombre que casi conoce a Michi Panero.

Ahora solo concibo indignación. ¿Cómo, cuándo y por qué? Y sobre todo ¿por qué? Eso, querida, no se le hace a Jorge.