lunes, 16 de noviembre de 2009

From the deepest part of me

Aunque nunca se sabe cuál será el momento en el que se toque el fondo, sí es cierto que al menos, una noción existe cuando te acercas. Claro que ésta se puede prolongar hasta el hastío obligándote a vivir con la sensación de que todo pende de un hilo.

Y cuando el todopoderoso todo te puede parece que no te queda más remedio que ver la vida a través de los bizarros cristales que las lágrimas forman en tu retina.

Y un día detrás de otro pueden suceder dos cosas, la primera que te acostumbres y que todos los días sean tan grises como el primero y como el último, con tu alma mirando a través de esos ojos atrofiados por el salitre que emana de tu propio cuerpo, sin más belleza que aquella que creas adivinar en las figuras difusas.

La segunda, y no por ello menos terrible, es que te canses. Que te agotes de llorar a unos muertos que no son los tuyos. Que te seques las lágrimas tan fuerte que te desgarres los ojos. Que te quedes ciego para fiarte de tus otros sentidos.

Que con suerte serán cuatro.