viernes, 8 de noviembre de 2013

La gran mancha

De un tiempo a esta parte me ha dado por pensar en la importancia del verdadero espíritu de las personas y de la huella invariante que deja en sus destinos. Y a menudo en sus finales.

Así, algunos grandes aventureros son devorados por sus propias aventuras y sus ansias de emoción, otros, marcados por una sensibilidad especial desarrollan vidas llenas de pasión y de profundas experiencias que en algunas ocasiones acaban por obra y gracia de los mismos, también aquellos con habilidades especiales o una inteligencia extrema para los cuales no hay más delicioso futuro que encontrar nuevos puzle sin los cuales se aburrirían. Y luego....

.... Luego estamos los demás. La masa mediocre, la gran mancha homogenea, aquellos que existimos para que los demás puedan destacar.

Y aunque es facilmente asimilable que todas las vidas no pueden ser épicas también es comprensible que muchas vidas anónimas sí lo son. Vidas repletas de historias que merecen ser contadas, aunque nadie las cuente. Pero esas historias y esas personas no pertenecen a la gran mancha.

La gran mancha está formada por pequeños individuos marrones, (y digo marrón porque no me parece que exista un color más feo y más aburrido), individuos que, aunque no quieran asumirlo se parecen mucho entre si y comparten bastantes características. La peor de todas: las huidas.

En mi caso como pollo sin cabeza, correteando, sin acabar de forma eficiente ninguna de las tareas a realizar. Huir a un lado y luego al otro y luego al anterior. Escudandome en mis propias debilidades. Ensalzandolas como si fueran las virtudes a las que me tengo que aferrar, cada día un poco más cobarde, cada día un poco más miserable. Cada día un poco más marrón.

Y así pasa un día, y otro, y otro. Y luego un mes, y después un año y luego ya poco queda de la juventud. Y todo lo que soñe que sería se desvanecio. Y además ya no soy capaz ni de recordarlo. Y así seguirá pasando el tiempo: cada día un poco más mediocre, más débil, más obtusa. Pero así somos los que pertenecemos a la gran mancha. Y éste es además nuestro verdadero espíritu. Da igual cuántas máscaras usemos, da igual cuantas capas de dignidad e ínfulas nos pongamos, al final sólo queda nuestros defectos reconvertidos en supervivencia, sin darnos cuenta de que esa supervivencia está envenenada, que no es tal, que nos está matando. Y así acabaremos igual que el resto, los aventureros, los sensibles, los genios: ahogados en nuestro propio espíritu. Pero sin estar nada orgullosos de ello.