miércoles, 8 de mayo de 2019

N2

Llevo días tratando de aceptar que hay distancias insalvables. Que el momento no fue el oportuno. Ni el lugar. Ni las circunstancias. Llevo días tratando de arrasar con lógica cualquier vestigio de extraña esperanza. Y tú llevas el mismo tiempo colándote por las grietas que el peso de mi sentido común horada en mi cabeza.

Al principio pensaba que mi mente ociosa había sido el campo de recreo del demonio pero ahora ha pasado el tiempo y sé que no es así. He repasado tanto nuestras conversaciones que sería capaz de decirte de memoria que frases de las que pronuncié cambiaría gustosa por sentirte más cerca. También hay una serie de escasos recuerdos a los que me aferro y que muestran a los ojos más objetivos con los que pueda mirar que había un insólito afecto entre nosotros. Y en algunos momentos me pregunto si fue algo pasajero o si aún lo hay.

Tomé la decisión de entender que es un caso perdido. Primero porque no sé lo que piensas. Segundo porque aunque lo supiera poco podría hacer con este destino inamovible que es el presente. Entonces me acabé el libro que me regalaste. Ese que me desagrada por su falta de palabras, por la escasez de adjetivos y porque deja al lector huérfano con su imaginación. Y lo último que me encontré fue un reencuentro y un beso descrito por Henry Miller. Un beso dibujado en varias líneas, ricamente adjetivado y del que cada una de las palabras que lo componían me dolían en un corazón que llevaba tiempo sin sentir. Me imaginé como una liebre que corre veloz, a la que un ave rapaz intenta cazar pero cuyas garras fallan, tumbando y confundiendo a la liebre.

Busco dejar de pensarte y sin embargo te tengo presente a cada rato. A veces me abandono y divago con el consuelo de que quizás me aburra y desaparezcas. Pero no sucede. Dejo pasar los días con la promesa de no saber de ti y la dolorosa ilusión de tener noticias tuyas. Mi gozo está en cada uno de los dos platos de la balanza y eso hace imposible huir de la pena.

Agua.

No hay comentarios: