"Pero... ¿tú crees que de verdad le gustas?"
Aunque la pregunta de tu interlocutora te pilló por sorpresa tenías la respuesta absolutamente clara. Ya no es que tú misma lo pensases, que lo hacías, es que había quórum. No es sólo lo que estaba ante tus ojos, sino también ante los demás ojos incluso lo que, al parecer, algunos oídos también habían percibido.
Por eso batiste tus pestañas y agachaste la cabeza para cargar una sonrisa de orgullosa complacencia. Justo en el instante en el que ibas a elevar tu rostro y empezar a mostrar el triunfo en tus dientes se te cruzó una imagen: tú esperando al ascensor, la falda de tul rosa de de adidas, unas Martens nuevas, el abrigo de pelo de animal print, en la mano izquierda una copa de cava llena de Juve&Camps y en la derecha la gigantesca bolsa de basura que ibas a tirar. Era 6 de Enero y fue el único día que hiciste algo más que lamerte las heridas. El resto de las navidades y todo el principio del año te lo jodieron las más que familiares inciales. ENE-UVE-HACHE.
Esa imagen frenó en seco la sonrisa, no así tu cabeza que seguía ascendiendo mientras en tu cerebro revivías un trauma a velocidad x100: la calidez de su mirada y lo amplia de su sonrisa, lo increible que te sentías acaparada por él, cómo te envolvía y te besaba la frente, algo que tu siempre querías interpretar como un signo absoluto de amor y que te partía en dos cuando sentías en lo más profundo de tus entrañas que algo no iba bien. Qué no avanzabais, que no se comprometía a nada, que no había respuesta cuando tú le abrías tu corazón y le mostrabas todos tu sentimientos, casi como si se los ofrecieras con las manos abiertas y las palmas extendidas como hacen los niños cuando quieren que un adulto juegue con ellos a toda costa y les dejan elegir los juguetes.
A estas alturas tus ojos se alzaban muertos como los de los pescados expuestos sobre el hielo. Todo lo que sucedía estaba pasando en las bambalinas de tu cerebro y ya habías llegado al punto en el que le decías que no podías más. Te recuerdas sentada en el sofa, abrazada a su espalda, tus brazos por debajo de los suyos haciendo una especie de gancho mientras sollozabas con la cabeza sobre su omoplato. Después vino su absoluta falta de afecto, su marcha y los meses de pensar y repensar que no eras suficiente, que no habías sabido darle aquello que buscaba, que no habías sido lo bastante inteligente para poder hacerle feliz.
Se te había olvidado respirar. La boca se alzaba con el resto de la cara pero ya no estaba firme sino que colgaba indecisa sin saber qué expresar. En tu cabeza estaban pasando el final de la película: trás meses de miserias el 2020 te obligó a ponerte en modo supervivencia y dejar la vida de plañidera para volver a volar. Y lo hiciste de la única manera que encontraste: de larva a mosca. Nada bello como una mariposa, ni delicado como un colibrí. No. Había que ser práctica, no había tiempo para las florituras, solo para recordarte una y otra vez algo que hasta una mosca, con su diminuto cerebro, pudiera recordar: No basta solo con gustar, tiene que gustar lo suficiente.
Para cuando tu mirada alcanzó de nuevo a tu interlocutora, tu cara había cambiado por completo. Las facciones constritas, la boca levemente entreabierta expresando estupor, las cejas enmarcando los ojos de animal herido y la mirada honda como si se enfocara hacia adentro en lugar de afuera.
"No. Creo que no".