Ayer, de madrugada, lloraba en silencio unas pocas lágrimas rodeada de gente que lo pasaba bien. La mayor parte de ellas quedaron aún retenidas dentro porque tampoco es plan de ponerse en modo plañidera cuando los colores, la música y el fresco de las noches bávaras de verano le suben el ánimo a casi todo el mundo.
Treinta minutos antes de eso estaba en el baño del garito. Meando sentada, porque es un garito muy limpio, y escribiendo en WhatsApp al Oráculo "¿Se raya todo el mundo tanto como yo?". Pensaba que con la simple interacción, ni siquiera con la respuesta, sino simplemente por el hecho de plantear la pregunta podría cerrar un poco el agujero negro que tenía en el pecho. El parche, como se pudo ver después, duró pocos minutos.
Ocho horas antes de eso estaba decidiendo qué ponerme. Hacía muchísimo calor pero a la vez quería respetar mi necesidad intrínseca y personal de expresarme a través de mi imagen. El problema, (del primer mundo), es que tenía que elegir algo para ir de compras, tomar cervezas, ir a cenar y salir de fiesta. Había quedado a las seis de la tarde y no sabía cuando iba a volver. Sentía que el cuerpo me pedía un rollo urbano pero sin parafernalia. Un vestido... corto. Debería bastar.
"Pero el de flores no que no tengo zapas que vayan con él. Tampoco el negro de encaje que son las seis de la tarde. ¿Por qué dejé el vestido de animal print en España si esta es la única época del año en la que me lo puedo poner aquí? ¿Y me pongo alguno de Estrella Asesina? Dejé de ponérmelos después de la lesión porque al engordar no me quedaban bien pero yo creo que ahora el de skater debería valerme de nuevo".
Me puse el vestido. Me quedaba como un guante. Hay que agradecer a la marca que fabrique para muchas tallas, (incluidas tallas grandes) y qué sus prendas suelan quedar muy bien. Hay que desagradecer que son moda rápida viento en popa toda vela y que colaboran en la aceleración de la destrucción del planeta de modo que sea no habitable para los humanos. Si lo pienso fuerte, igual hay que darles las gracias por eso también. En fin... estaba flipando con lo bien que me veía y lo bien que me quedaba. Pero no me sentía bien. El agujero negro del pecho absorbió esos felices sentimientos y me devolvió duda. Sentí miedo. Pánico veloz subir por las costillas. Por mi garganta. Por delante de mis ojos. Hasta llegar a mi cerebro. Y de ahí retumbar a mi boca: "Tía, tienes 39 años, no puedes salir así vestida a la calle". Entendía lo injusto y falso de la afirmación pero por algún motivo no podía racionalizarla y me la creía. Y como mi criptonita es la confusión, esta dicotomía me estaba partiendo en dos. el corazón se me aceleraba, la garganta se me cerraba y yo sentía que el ataque de pánico se acercaba de manera peligrosa y directa. Me senté en la esquina de la cama mirando al interior de mi bien surtido armario y me dije en voz alta "Tranquila bonita, lo estás haciendo muy bien. Estás cansada, son días difíciles. Date un poco de cancha". Me "salvó" saber que llegaba tarde y mi capacidad aprendida de estar para los demás antes que para mi, (¡qué de cosas puedes esconder bajo la alfombra cuando tienes semejante super poder! ¡qué de podredumbre, de descomposición, puedes abandonar con una sonrisa cuando prefieres mirar hacia cualquier otro lado en lugar de hacia el jardín donde tus plantas mueren y los pájaros se envenenan!). Siete minutos más tarde salía por la puerta con unos pantalones negros cortos y una camiseta negra que rezaba "Garrido is not Spain". Me sentía absolutamente desaliñada.
Unas 24 horas antes, quizás algo menos, me reencontraba con un chico que me gusta muchísimo. Yo también sé que le gusto a él. Pero por algún motivo, (que a él no le sale de los cojones), la cosa nunca acaba de cuajar. Por desgracia la criatura, (y esto sé que es de manera inconsciente), utiliza conmigo refuerzo intermitente; que para algunas personas es horrible y para mi también pero también es fentanilo. Pocas cosas me destruyen, mientras doy palmas de alegría, tan rápido como eso. Y ahí estaba. Años después de vernos por última vez, danzando de nuevo como un títere astillado al son de sus sonrisas, de sus interrupciones y de su inexistente responsabilidad afectiva. Me fui a casa confusa pero también feliz, tranquila y gozosa, porque él es él y cómo no voy a estar gozosa a pesar de que es la misma puta mierda de siempre. Y todo esto sin darme cuenta de que mi agujero negro consumiría todos esos sentimientos y se haría aún más grande durante la noche.
Aproximadamente 5 semanas antes de llorar en el patio del garito donde todo el mundo esta feliz, volvía de pasar 2 meses en España. Volvía de por fin empezar a entender qué me hace tanto bien allí y por qué no funciona aquí. Venía de haber conocido gente y sitios nuevos, de haber hecho nuevas amistades y consolidado las viejas y de haber disfrutado mucho. Por primera vez me forcé a recordar y a intuir que la vuelta no iba a ser fácil. Que los veranos son calurosos pero desagradecidos y que la agradable brisa nocturna tiende a abrir viejas heridas con sus afiladas briznas de aire. Y aún así, incluso con esta toma consciente de consciencia, llevo 5 semanas sintiéndome como un muñeco de pruebas en un test de choque con varias vueltas de campana. Cierto es que he dado algunos pasos sólidos, como hitos a los que he podido agarrarme en algunos momentos. Pero también es cierto que ha habido algún punto de inflexión en el que he vuelto a perder el norte y no he podido hacer nada más que dejarme llevar de manera violenta arrastrada a través algo que a veces se sentía más como un lodazal donde se bañan los cerdos que como una vida.
14 horas después de perturbar ligeramente la feliz experiencia de algunas personas que bebían, fumaban y charlaban en un patio, estoy aquí; frente a un ordenador, escribiendo todas estas palabras y con una única motivación: sacarme el veneno. Tengo que sacar todo el horror del agujero negro de mi pecho antes de intentar cerrarlo porque si lo cerrase así moriría de sepsis. Así que allá voy, a cucharaditas pequeñas, poco a poco, sacando la ponzoña.
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