lunes, 31 de marzo de 2008

Primavera

"Sí.... sí.... sí"

"Más.... ¿más tarde?....Quizás. Sí. Mejor.... A las 12 y media"

Esa había sido mi conversación más inteligente y amena del día. Clara me llamaba contándome una historia inverosímil con rabos de por medio. Que raro.
La niña pretendía buscarle el tercer pie a un camarero de rasgos drogodependientes que consumía y trabajaba en uno de los garitos más sucios de la ciudad. Sé que no le sería difícil. Ella tenía un don con los hombres: siempre sabía qué decir, cómo mirar, cuándo sonreír. Ella siempre sabía camelar y yo no. Quizá por eso la seguía con los ojos durante todo el cortejo, quizá por eso la envidiaba por dentro.

Dejé mis pensamientos y abrí los ojos al sol que se rendía frente a mi ventana. Sentí el sólido gusto que te deja más de media cajetilla fumada compulsivamente en el paladar. Mi boca bostezaba y mi cuerpo me pedía a gritos encogerse, hacerse un ovillo. Complací las súplicas y me dejé caer en la cama, contrayendo mis músculos, para, poco después, darme media vuelta y estirarme con los ojos cerrados, notando como la poca luz se desvanecía tras mis párpados.

Un instante me quedé sobre la cama y me sentí como muerta. Como si el yo que hubiera habitado mi espíritu se hubiera desvanecido y otro yo, completamente distinto, lo hubiera ocupado. Un instante más tardé en acostumbrarme a mi misma como mi "nuevo dueño". Y otro instante después caminaba por el pasillo buscando un cepillo de dientes o una espátula, aún no lo tenía claro.

Dudé entre una cerveza y un red bull, pero me pudo el alcoholismo y me encontré apoyada en la ventana buscando mi mechero para intentar abrir la botella. El cielo, tornado completamente a negro, observo como bebí con inusual rapidez el contenido de la botella. No entendía que me hacía beber con tanta ansia, ignorando cosas tan básicas en mi ceremonia cervecera como verter el contenido en un vaso.

Cuando visualicé el fondo del vidrio tenía el corazón acelerado y la cabeza en cualquier lugar menos sobre mis hombros. Con la semi-inconsciencia propiciada por el alcohol apoye mi cabeza sobre la almohada, mintiéndole, con la capacidad de engaño de un borracho, a lo poco lucido que quedaba en mi cerebro. Pero como estaba tan agusto opté por creérmelo y dormitar.

Mi dormitar se convirtió en un pesado sueño. Sentí agonía en algún momento pero no la suficiente para que me despertará. Tuve un montón de imágenes en la cabeza y soñé cosas inverosímiles, la mayoría de las cuales se ahogaron en mi cerebro tiempo antes de que despertara.

El teléfono sonó. Yo, completamente desubicada, pegué un salto mientras buscaba con los ojos y las manos la fuente del sonido atronador. Mientras tanto, mi exaltada mente recuperaba de los brazos de Morfeo las pocas ideas que se cruzaban por mi cabeza poco antes de ser despertada. Así me vi en el entierro de Fernan Gómez, bandera anarquista incluida explicándole a los que estaban allí que no podía ser enterrado porque eso no era antisistema y tratando, en vano y ante todo el mundo, de empujar el ataúd hacia la puerta, pensando que si llegaba hasta allí se convertiría en un espíritu libre. Justo después de esa vergonzante imagen me vi, sentada en una silla, rodeada de boy scoutts, con un gran foco apuntándome sólo a mi, mientras explicaba a los perplejos muchachos que para azotar en el culo a una chica lo mejor es escupirse en la mano para que suene más y piqué un poco. "Consiguiendo así una mayor lúbricación por parte de la mina", frase textual que salía de mi boca con un perfecto acento argentino.

Saqué todas esas gilipolleces de mi cabeza al descolgar el teléfono. Oí gritar a Clara al otro lado: "Sí, sí, sí....", "Más.... ¿más tarde? Quizás. Sí. Mejor.... En 15 minutos". Tuve un Déjà vu.

Me levanté, ya más calmada, y me miré al espejo. No tenía tiempo para cambiarme de ropa. Mejor, así no tendría que pasar por el largo trance de decidir de qué coño quería disfrazarme. Sin duda iba a ir de horrible: horrible mi cara, horrible mi ropa, horrible dolor de cabeza y peor estado de ánimo. Pero no me quería perder el cortejo.

Así que salí volando de casa. Y salté impaciente esperando el ascensor, de hecho, pensaba, mientras saltaba, si impaciente y esperando podían ir en una misma frase. Pero como llegaba muy tarde deseché la cuestión de mi cabeza mientras daba los últimos botes. No tenía tiempo para pensar.

Al cruzar el portal escuché la algarabía propia de la noche. Gente que iba y venía por la calle. Calmados unos, otros aún más rápidos que yo, corriendo, porque llegaban tarde, algunos jóvenes bajaban con sus copas en la mano y se cruzaban con gente de edad que subía de tomar un helado, del bingo o de pasear. Y yo tratando de ser rauda en medio de todo aquello. Que si bien no había bullicio en las calles, la armonía del caótico paisaje urbano frenaba mis pies. Al girar una esquina una ráfaga de aire me escupió en la cara cubriéndome de olor a verano.

Me gustó.

Eché a correr.

Llegaba tarde y la noche prometía ser larga.

4 comentarios:

Guille dijo...

No hay cosa que más me jorobe que el sonido del teléfono (o la vibración, de hecho esta me saca de quicio) como melodía para despertarme... y, generalmente, me pone de mal humor para todo el día. Sin embargo, la culpa no es más que mía por no haber descolgado y/o apagado.
Total, que no es más que masoquismo o dependencia de las tecnologías de la comunicación.

rebe dijo...

jajaja! q genial! mencanta :)
y x cierto... vaya paranoia de sueño, me resulata familiar ^^

si puede ser... me gustaría conocer la parte del cortejo :P

un beso :)

Guille dijo...

sabia que lo harias.


Pero ni en mi mejor suposicion hubiese imaginado que lo harias con tanto estilo... eres genial =)



me encanta, una vez mas no podia dejar de desear leer la siguiente linea mientras leia de nuevo la anterior...
=)

Bercebus dijo...

Me ha encantado cómo has plasmado algo tan abstracto como los sentimientos de la melancolía en tus palabras. Haces que no eche de menos tu antiguo blog.