martes, 9 de octubre de 2007

Corazón

La palabra sonó con tanta fuerza en mi cabeza que parecía que en aquella estancia solo nos encontráramos ella y yo. Reverberándose una y otra vez, desmontando a golpe de acústica todas y cada una de las piezas de mi armadura.

Una grieta temporal se abrió entre mis ojos, como un hachazo que me partiera la cabeza. Y rápidamente se extendió hacia los confines más oscuros de mi cerebro, tratando de posicionarse en el lugar exacto donde escuché por última vez aquel vocablo.

Tardé bastante rato en situarme. Mientras, mi cuerpo se iba dividiendo en dos.

Cuando al fin lo conseguí, una parte de mi no era más que un pedazo de carne inerte que yacía sobre el suelo. Mis rodillas dejaron de sostener al resto de mi ser y aún era consciente cuando mi cabeza chocó contra la mesa. Mis ojos vidriosos percibieron el segundo golpe, seco, contra el suelo y noté como la sangre que emanaba de mi sien me calentaba la mejilla y penetraba por mi oreja.

Mi otro yo, ese que vagaba por mi cerebro, se acababa de encontrar conmigo misma, en una calle cualquiera, saliendo sonriente de un portal. A mi lado, (o a su lado), un chico: veintipocos años, pelo largo, perilla, igual de sonriente. Me los quede mirando, (a mi misma y mi compañia). Antes de doblar la esquina, ella, (yo), preguntó: “¿Dónde vamos?” y él, sin dejar de mirar al frente, contestó: “Corazón, ¿ya no te acuerdas? Hemos quedado”.

No hay comentarios: