miércoles, 24 de octubre de 2007

Días felices

Las paredes moradas envolvían un ambiente colapsado por el humo de los cigarros. El bar no estaba demasiado concurrido, era una de esas pocas veces en las que se podía disfrutar sin sentirse agobiado por el calor desprendido por los demás humanos.

Acabábamos de pedir una ronda más, kalimotxo para todos. Muse sonaba con una extraña sordidez.

El hombre posado sobre la puerta pasó desapercibido, al fin y al cabo, cualquiera pasaría siempre desapercibido en aquel lugar. Sin dejar de mirar al frente, sacó de debajo de su abrigo negro un fusil de asalto y ante la mirada incrédula de los pocos que se percataron empezó a disparar a bocajarro.

Los chillidos se sucedieron. Una algarabía de voces agudas y desesperadas tapaba el sonido de los altavoces. Él, sin moverse, iba dando muerte a todos y cada uno de los que trataban de salir corriendo esquivándolo, e incluso a los que trataron de reducirlo. Su posición, cercana a la única salida le daba todos los privilegios que necesitaba para realizar su carnicería.

Nosotros estábamos en la esquina, acurrucados. Parapetados entre la barra y una de las paredes. El miedo nos impedía gritar. Yo notaba como los demás hacían presión, con la esperanza de que no nos viera. Mi situación, con la espalda en la pared era terriblemente incomoda, ya que estaba apoyada sobre el ángulo recto de las dos esquinas y la fuerza ejercida era tan grande y el dolor era tan fuerte que temía que mi caja torácica reventara como una nuez.

Por primera vez la sangre me salpico y pude ver como la cabeza del camarero, colgaba de nuestro lado de la barra y como de un orificio en medio de su frente emanaba la sangre y algo de masa encefálica.

Fue ahí cuando supe que iba a morir.

Debido al volumen de la música no oímos los pasos del asesino, acercándose cada vez más a nosotros, pero pude ver entre el resto como paraba ante nuestros aterrorizados ojos, dedicándonos una mirada, antes de vaciar el cargador.

Cerré los ojos, esperando, durante unos segundos que se me hicieron eternos, la llegada de mi turno. De algún modo ansiaba sentir un dolor intenso durante milésimas y luego la nada. Notaba como la sangre calaba entre los cuerpos hasta llegar a mí. Sobre mi cara cayeron pedazos de carne arrancados por la violencia de las balas.

Contuve la respiración. No sé por cuanto tiempo. Cuando me atreví a abrir los ojos me vi sepultada por la pequeña montaña de cadáveres que eran mis amigos. La histeria me dominó por unos segundos, hasta que pude quitarme de encima todos los cuerpos. Me puse en pie. El suelo era un mar de sangre y vísceras, las paredes mostraban trazos rojos y agujeros de bala sobre el morado inicial. Una chica, con un balazo en la cabeza, se convulsionaba en el suelo, traté en vano de tomarle el pulso. Los espasmos post-mortem aún duraron unos segundos.

Una horrible versión del make me smile atronaba la improvisada morgue.

2 comentarios:

César dijo...

Si al final el título es lo más inquietante de todo...

Guille dijo...

coincido con cesar...

pero...

jamas crei q una matanza asi podria tener un sentido tan... lirico...

como lo haces?!