Recuerdo el ruido de las ruedas de la silla, rodando y rodando hasta el instante justo en que la paré al lado de la mesa.
Recuerdo que pensé lo que pienso siempre que me subo en ella: que se moverá, me caeré y me abriré la cabeza.
Recuerdo que mi mano se acercó a la botella, y que justo en el instante en el que mis dedos la rozaron fue cuando empecé a recordar.
Vi los rizos de Nicole. Maldita zorra, que mal me caíste desde el primer día. Con tus pequeños ojos marrones agrandados por tu hipermetropía. Y aquel arito en la nariz, siempre me pareció pretencioso, siempre me pareciste una pretenciosa, mirándome siempre por encima de tu hombro.
Escuché también, por causalidad la guitarra del maestro. Sí, yo pasaba por delante del estudio y allí estaba Michael, repitiendo arpegios, poniendo toda la pasión, inventándola incluso, para seguir al mentor.
Paseé por el bosque llegando al banco que, alejado de todo, muestra el río bordeando la ciudad y una basta extensión de tierra y cielo, de colores, de sentimientos y la infinitud del atardecer. Nunca existió un lugar que estuviera tan cerca de permitir parar el tiempo.
Y finalmente te vi a ti, sentado en el banco donde te fumaste tu primer cigarro, donde te bebiste tu primera botella de vino, donde acabo tu primera cita y donde recibiste tu primer beso.
Mis manos agarraron la botella con fuerza, me bajé de la silla sabiéndome afortunada por no haberme roto la cabeza. Soplé con fuerza sobre el vidrio y aparte el polvo con las manos. Leí, en voz alta una última, vez aquellas palabras que nunca comprendí del todo. La boca me supo a podredumbre.
Guardé la botella en una caja y la metí en lo más profundo de un armario.
La próxima vez que la vea no creo que haya piedad…. Tendré que reciclarla.
martes, 20 de noviembre de 2007
Das Frische an Bayern
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario