Reconozco que me cebé, pero tampoco sabía como parar. Durante unos segundos sólo veía pequeños flashes de las trayectorias de las balas y seres humanos que pasaban de estar en tensión a yacer inertes, unos sobre otros, con su sangre inundándolo todo y mezclándose con la sangre del resto de los cadáveres.
Me jodió mucho cuando me percaté de que había una chica con vida. Pero más me jodió darme cuenta de que había vaciado el cargador. Me planteé reventarla a hostias con el fusil. Pero cuando lo estaba empuñando con las dos manos me di cuenta de que toda mi angustia había desaparecido, ninguna fuerza oprimía ya mi pecho, y si la mataba estaría pecando de avaricia. Y, por hoy, ya tenía muertos de sobra.
Antes de marcharme la miré por un instante. Tenía la cara manchada de sangre y apretaba los ojos muy fuerte. No sé, parecía como si esperase algo.
viernes, 16 de noviembre de 2007
Días tristes. Parte III
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